lunes, 19 de septiembre de 2011

LOS MARTES, TAMBIÉN AL SOL (2000. Ya estamos en el euro)

            Hay qué ver lo que nos ha costado sacar la cabeza del pozo en el que habían convertido a este país el antiguo régimen. Qué lejos quedan aquellos días en el que por una peseta te daban un cartucho de pipas. Claro que, más allá están aquellos en los que por la misma cantidad de dinero te daban muchas, muchísimas más; pero nadie las compraba. Y no era por la escasez de ése producto, sino porque poca gente disponía de ese monto para gastársela en tan cinéfilo y ruidoso pasatiempos.
Recuerdo haber barrido la terraza de verano del cine Duque, en el Molinillo -eso sí, cuando era muy niño, y por gusto, que ya había que tener un gusto raro-. Era increíble la cantidad de cáscaras de esa exquisitez para loros que se sacaba de entre sus bancas de madera, color gris oficina del movimiento. Pero había que quitarse el hambre como fuera, y a falta de pan, buenas son pipas. Alimentar no alimentaba, pero los bíceps los ponía a tono. Ya saben aquello de: no mantienen, pero entretienen. Con todo, cuando el apetito apretaba demasiado, no creo que nadie en aquella época (finales de los 60), que tuviese edad -y la peseta- para comprarlas, no hiciese la técnica de pelar y almacenar en la boca. Así, cuando había un montoncito de ellas, se podía disfrutar de un bocado algo más voluminoso. De esta forma se iban pasando los días: comiendo pipas y viendo películas en los cines de barrio. Dos por sesión, y en sesión continua.
            Ahora, ni hay cartuchos (de papel) de esas semillas, ni pesetas, ni cines de barrio. Las primeras vienen, afortunadamente, pulcramente empaquetadas. Las segundas, se fueron mugrientamente liadas, y los terceros desaparecieron
            Aquella Málaga no existe. Afortunadamente hoy no hay que quitarse el hambre con pipas (a pesar de que siguen siendo muchos los colectivos de aquí, que continúan pasándola). El progreso social, la mejora de la educación, la formación, y los avances en las condiciones laborales, nos permitieron ir viviendo cada vez un poco mejor. Las familias optimizaron su situación y, resuelto el asunto de la manutención, se pensaba en la compra de un pisito. La vivienda, que siempre fue cara para el obrero, se convirtió en un bien asumible. Los créditos durante muchos años fueron caros -rozando la usura-, pero no había más remedio que embarcarse. Muchas familias lograron no sufrir ataques de risa cuando hablaban de hipotecarse por unos poquitos de millones de las antiguas pesetas. Incluso hubo una época en la que el ahorro familiar fue posible.  
En ésas estábamos cuando nos llega el euro y la escalada de precios. Dicen que todo es debido a que los españoles y españolas ganamos mucho dinero ¿Ganan mucho los jóvenes que intentan acceder a una vivienda? ¿Quizás esos matrimonios que, harto de pagar alquiler, pretenden la compra de una? No, claro que no. Tal y como está la cosa  -y los sueldos-,  ahora mismo es misión casi imposible cumplir ese sueño. Lo barato no existe, lo caro es un zulo y lo supercaro es una vivienda pequeñita ¿Se habrá dado cuenta de esto la Administración? ¿Los Ayuntamientos?
Los promotores y las constructoras dicen que el suelo es caro ¿Quién fija el precio? La gente está cansada de ver anuncios, de acudir a inmobiliarias, de llamar por teléfono. Nada se corresponde con lo que, en principio, les dicen. Resignados y aburridos deciden irse al cine. Ver películas no es barato, y, además no se pueden comer pipas. Pero es mejor que chuparse un montón de anuncios en la televisión. Sobretodo, cuando te ponen ese de: “Cincuenta euros, no son cinco mil pesetas”.
Hay que joderse. Pues claro que no. Pero cunden lo mismo.
Vamos, que ni para pipas.

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