jueves, 22 de septiembre de 2016

A LA BASURA



Hoy he tomado una decisión: cuando llegue a mi casa voy a empezar a tirar cosas. Ya saben: papeles, cachivaches,  bolígrafos sin tinta, facturas de hace un montón de años, ropa sin usar y usada, zapatos viejos, calcetines desparejados, partituras, letras, cables, herramientas… Y es que ya está bien. He acumulado tanto material que estoy a un paso de ser diagnosticado como síndrome de Diógenes.
Pero no las tiraré porque voy a hacer limpieza. Que va. Cuando se está de fregado se tiran otras cosas. Esto más que una limpieza va a ser un expurgo. Un exterminio en toda regla. Porque díganme,  para qué coño quiero todo eso si cuando me hacen falta nos las encuentro. Los papeles que en un momento dado necesito consultar, no aparecen. Esa herramienta que justo ahora preciso, ni idea de dónde la puse. La ropa. Qué les voy a contar de la ropa que no sepan sus armarios. Por qué nos empeñamos en guardar algo que hace años compramos y no usamos. O, por qué no tiramos ya esas camisetas que lo están pidiendo a gritos. Total, me he vuelto majara y voy a tirarlo to. Prometido.
Y, aprovechando la locura transitoria, igual voy a hacer con mis miedos, prejuicios, angustias, inquietudes, malos recuerdos, fracasos… A la mierda todo. No sé cuánto tardaré en  este fregado, pero bueno, le echaremos paciencia. No voy a renegar de nada de lo que me deshaga. Total, todas esas vivencias me hicieron ser lo que soy. En lo que me he convertido. Sea lo que sea. Pero ya han cumplido su misión y es hora de vaciar la mochila. Ya resulta muy pesada para andar tirando de ella. Siempre me gustó la filosofía de esos indígenas que viviendo sobre chozas flotantes, dicen no poder meter muchas cosas en sus casas, porque, de lo contrario, se hundirían con ella. Así que, consciente de que toda esa carga me podría llevar al fondo; me libero de ella. Borrón y cuenta nueva. Gracias por los servicios prestados.
Lo malo en toda esta historia es que, de paso, mucho me temo que, irremediablemente, se van a colar en la caja de los desechos algunas ilusiones, sueños, expectativas, ganas de luchar por una sociedad mejor… Supongo que es el precio que hay que pagar por deshacerse de otras cosas. Así que tendré que ponerme manos a la obra y, de camino hacia el contenedor, ir apreciando todo lo que he aprendido y conseguido. Y no me refiero a lo material. Tendré que variar mi mirada. Ver desde otra perspectiva. Convencerme de que las cosas, cuando ocurren, tienen un porqué. Sin más.
Aceptar que nada es para siempre. He aprendido que un sueño cumplido puede resultar, con el tiempo, una carga molesta. Que un fracaso anterior, se ha revelado como el pilar de un éxito presente. Que se ha luchado por ideales que solo sirvieron para encumbrar a necios. Que se presumió de fuerza ante los más débiles. Que estropeé días maravillosos por discusiones inútiles. Que un mejor coche, no me hizo mejor persona. Que se puede presumir de los orígenes humildes. Que confundí amar con desear, querer con poseer…
Ahora quiero tener nuevos miedos, nuevas metas, nuevas ilusiones. Cometer nuevos errores, y, de paso, conocer a una nueva persona. A mí. No sé si llegaré a ser mejor o peor que el anterior. Eso no me preocupa. Pero el solo hecho de caminar con la mochila más ligera, ya merece la pena.
Solo espero que no me ocurra lo que en mi niñez que, siendo ya grandecito para seguir usando el chupete, lo tiraba por la mañana desde la ventana de la cocina hacia el patio de mi vecina, y por la noche iba a recogerlo.

De hecho, ayer mismo empecé la limpieza. Algunas figuritas que andaban por allí, las quité de dónde estaban y, aunque no las llegué a tirar, sí que las puse más cerca de la caja. Algo es algo.