miércoles, 28 de junio de 2017

A JUBILACIÓN PERPETUA


Acabo de recibir un correo electrónico, en el que se me informa sobre un acto-homenaje académico que se va a celebrar en la Facultad de Ciencias de la Educación. El texto dice:
CONVERSANDO CON MIGUEL ÁNGEL SANTOS GUERRA sobre su trayectoria profesional y el adiós a la misma que conlleva la jubilación obligatoria y el fin de los tres años de contrato como Profesor Emérito. LA ESTRUCTURA DEL ACTO TENDRÁ CARÁCTER INFORMAL y se articulará sobre preguntas, comentarios, lecturas, manifestaciones y experiencias diversas. LA SESIÓN TENDRÁ LUGAR EN EL SALÓN DE GRADOS DE LA FACULTAD el día 30 de junio, viernes, de 6 a 8 de la tarde”.
Tras la lectura me he quedado un rato pensativo. Se va Miguel Ángel, se va un magnífico profesor, un amigo (no es que yo sea de su círculo más íntimo, pero sí que hemos llegado a profesarnos un gran respeto). En definitiva, dan de baja a una excelente persona y a un profesional que atesora mucho por enseñarnos todavía. Estoy seguro que vía artículos, quizá nuevos libros y seguro que conferencias, nos seguirá ilustrando en muchos aspectos.
No espere leer en estas líneas nada relacionado con su trayectoria profesional, sus títulos, sus acreditaciones, sus méritos, sus reconocimientos, currículum, etc., sería un artículo muy denso y necesitaría muchas, pero muchas páginas. Además, no soy yo quién para hacer una glosa de ese calibre sobre nada, ni nadie.
Conocí al profesor Santos Guerra, en la Facultad. Su exquisito trato personal y las muchas, aunque breves conversaciones, me llevaron a seguir sus charlas, libros y, sobre todo, sus artículos  Su forma de expresar los conceptos, de exponer las situaciones, de dar los giros para -aunque bien centrado en un tema-, ir desgranando otros aspectos de la cuestión; son su marca de la casa. Incluso podría parecer que, a veces, se va de la idea principal. Nada de eso, está todo bien estructurado. Es un acto consciente. Él es así, le gusta abarcar los mayores temas para dejar claro un solo concepto. O usar un tema, para dejar claros muchos más. Quién sabe. Y con esta forma de expresarse consigue que nos peguemos un buen rato sacando conclusiones. Muchas. Es como aquello de matar dos pájaros de un tiro. Solo que en lugar de dos, serían, por lo menos, tres.
 Miguel A. Santos Guerra tiene, además de uno apellidos contradictorios, una enorme sencillez personal y profesional, de ahí que apenas cruzas las primeras palabras con él, ya te ha ganado para siempre. No va de nada y es de los que sabe que cuando llega a una cola, tiene que esperar su turno. Esto que es una obviedad, en el día a día no resulta tan normal.
Como persona comprometida no hay tema que no lo haya tocado en alguno de sus artículos, libros o conferencias. Habla con respeto y, lo más importante, sabe oír. De hecho, muchos de sus artículos han surgido por saber prestar oído a lo que le rodea. De ahí su puntería en los temas que trata. Como profesional de la educación (estoy tentado de escribir la Educación), nos dejará un legado impagable. Es un tipo curioso este Santos Guerra, lo mismo te cuenta cosas sobre Agamenón, que sobre su porquero. Por supuesto, lo hará sin la mínima distinción de clases y siempre deja su opinión y un montón de argumentos para que construyas la tuya.
Pero ahora lo jubilan. Jubilación obligatoria dice el enunciado del acto. Es cierto lo que él dice: “la jubilación debería ser un derecho, pero no una obligación”. Por qué jubilar obligatoriamente a semejante caudal de creatividad. Otros y otras, ya se han tenido que jubilar de esta forma y ha sido una pérdida para una institución como la Universidad o la Escuela. Será extraño verle marchar. Con él se irá parte de lo que también somos. Y como lo van a apartar, me he decidido a intentar hacerle mi propio homenaje. Porque creo que se lo debo y se lo merece.
Hace poco más de un año leí una carta de Miguel A. a sus alumnos y alumnas, en la que les pedía perdón por todas aquellas situaciones en las que -intuía él-, podría haberles fallado. Hay que ser muy grande para escribir algo así. Huelga cualquier otra referencia a este profesional.
 Me decidí a escribir mis primeros artículos gracias a él, incluso en alguno de ellos le pedí ayuda y opinión. Y la obtuve, claro. Ha sido un honor compartir con él este trozo de vida universitaria. Siempre le agradeceré haberme hecho partícipe (algunas veces creo que hasta en primicia), de sus proyectos futuros, y por sorprenderme, alguna vez que otra, ofreciéndome su opinión sobre algo que yo había escrito. Y, sobre todo, gracias por su lucha en que tengamos una mayor y mejor formación para expresarnos (escrita y hablada), para que esta sociedad sea más igualitaria, justa y solidaria. La educación nos hace más libres.
A Miguel A. lo jubilan, pero pienso que él no se jubila (no diré, como obliga a decir a sus oyentes aquél locutor inconsciente y presumido, y persistiendo en el error gramatical: pienso "de que..."), así que seguiremos esperando cada intervención suya, sea por el medio que sea, para seguir disfrutando de sus enseñanzas.

Gracias profesor.

martes, 20 de junio de 2017

LA FRASE



De vez en cuando me gusta discutir. No me refiero a discusiones ofensivas, ni violentas, ni intransigentes. No, así no me gusta. Es más, en esas situaciones suelo bloquearme. Me refiero a dialogar sobre temas que admitan muchas interpretaciones y se pueda valorar la habilidad de tu interlocutor para defender su postura, y, por tanto,  te obligue a ser muy fino cuando te toca el turno de hablar de las bondades de la tuya. En esos casos la discusión es genial. Claro, eso es si tenemos la oportunidad de confrontar las opiniones personalmente. Cara a cara. Si es sobre algo que se ha escrito, la cosa cambia. Y mucho.
Hace poco tuve la oportunidad de leer un artículo, muy bien escrito y con los conceptos muy claros, sobre lo que se publica en las redes sociales. La cuestión iba sobre si lo que se publica en estas redes se asume en su totalidad. Y venía a concluir que sí, que siempre que publicamos algo en las redes sociales, asumimos lo que expresa. Por eso se publica o por eso se comparte. Digo yo. Además también soy de la opinión -tal y como defiende el artículo-, que en cada cosa que creamos (escritos, frases, canciones, comida…), va una parte de nosotros. Se crea a la vez que se ofrece una parte de nosotros. Así que se podría decir que lo postulado en el artículo y mi opinión al respecto, coinciden plenamente.
Sin embargo, hay una frase en él que no terminó de cuadrarme y que me ha hecho reflexionar sobre ello. Por lo visto, alguien mantenía lo contrario. Que lo que se escribe o se publica en general, no significa nada. Que no dice nada sobre quien lo expone públicamente y cosas así. Desde luego, no estoy de acuerdo con esta última tesis, pero me ha hecho pensar al respecto.
¿Nos están juzgando por lo que publicamos? Parece obvio que sí. ¿Nos definimos cuando publicamos algo? Pues también. Pero, qué hay de lo que interprete cada uno sobre lo que publicamos.
He publicado muchas cosas. Frases, fotos, artículos, música, vídeos… Todos porque me han apetecido compartirlo, y sin duda, todos dicen algo de mí. De mis preferencias musicales, de mi filosofía de vida, de mi concepto sobre cómo debería ser tal o cual cosa… Yo sé lo que quiero decir y porqué quiero decirlo. Lo que no sé, ni sabré nunca, es qué ha interpretado quien lo lee. Y, por supuesto he sacado mis conclusiones sobre las redes sociales: Si quieres conseguir lectores, no uses las redes, bastará con que cambies la foto de tu perfil y se llenará de “me gusta”. Escribe un artículo comprometido y, con suerte, te leerán un pequeño grupo de incondicionales. Punto.
Recuerdo que una vez escribí un artículo sobre los malos tragos que, de vez en cuando, nos da la vida. De lo aleatorio que es todo. De que en cualquier momento te puede tocar lo que yo definía como: “La Ruleta de las Flechas”. Dediqué medio artículo a justificar porqué reflexionaba sobre este tema. Incluso llegué a decir que no era nada particular. Afortunadamente. Pues bien, más de uno me llamó preocupado por si me había pasado algo. Cosa que agradecí, pero que también me indicó lo mal escritor que soy. Cosa que yo ya sabía, por cierto.
En fin, no les canso más. Supongo que publicamos cosas dependiendo de muchas circunstancias. Juzgar a las personas, o atribuirles una intencionalidad determinada, por el mero hecho de conocer lo que publica en las redes sociales, es una gilipollez tan grande, como pensar que lo que publicamos o compartimos, no va con nosotros.

No saquemos las conclusiones tan a la ligera porque nos puede ocurrir como a ese que le preguntó a su amigo que a qué se dedicaba, y este le contestó que era intérprete, porque uno le decía una cosa a él y él se la decía a otro. Pues bien, con está explicación sacó la conclusión de lo que realmente era: Un chivato.