lunes, 5 de octubre de 2020

UN DÍA COMO SI…


               Hace pocos días, después de darme una caminata saludable (no solo por el ejercicio físico, sino que también, de camino, compro un pan buenísimo), al llegar a casa me encontré con que el calentador no hacía lo que su nombre indica. Tampoco enfriaba, aunque lo parecía, pero calentar, lo que se dice calentar el agua; nada de nada. Así que imaginen: Sudando y con el fresco dándome en el cuerpo, me dispuse a arreglar el termo. Lógicamente, lo primero que hice fue comprobar que había butano. Y lo hice, como hacemos aquí las cosas; volcando la bombona. Hasta ese instante oía que la chispa saltaba; a partir de esa piruleta técnica, la chispa dejó de saltar. Así que ya no sabía si había butano o si se habían gastado las pilas. A todo esto, el fresquito pasó a frío. Así que, después de más del doble del tiempo que perdí intentando arreglar el calentador, hice lo que tenía que hacer: Calentar agua en la olla y salir pitando para la bañera. Realmente quedé sorprendido con la poca cantidad de agua (eso sí, estaba hirviendo), que necesité, una vez que la mezclaba con la fría. El caso es que me di un baño incómodo; pero eficaz.

               Al día siguiente, y con la tranquilidad que me daba saber que con poco más de dos litros de agua hirviendo a hierro, mezcladas con algo más de agua fría, solucionaba el problema; me dispuse, de nuevo, a hacer de fontanero. Cambié las pilas y me acordé que, reiniciando (sí, han leído bien: reiniciando el calentador. Hay que joderse), se podría solucionar. El caso es que cambié pilas y bombona, y… ¡!voilá!! Ya atenía agua caliente. Y hasta aquí mis aventuras de conspiraciones y sabotajes a mi confortable ducha.

               Sin embargo, al tercer día (realmente no sé si fue al tercero o el quinto, pero me sonaba más bíblico el tercero), pensé que me iba a autoimponer un día -a la semana o al mes (está por decidir)-, en el que prescindiría de algunas de las comodidades que tenemos. Es decir, ese día actuaría como si, por ejemplo, no tuviese vehículo particular. Buscarse la vida para llegar al curro, usando el transporte público, con lo que –intuyo-, no me valdrá para nada la programación horaria habitual. Otro día, llegas a casa y no tienes agua (ni caliente, ni fría). Otro día, no habrá luz. Otro, no funciona el móvil, ¡ni internet!!!! Dios ¿me merezco tanto castigo? Y así sucesivamente, con el pan, el café, el dinero…

               Quizá le parezca una gilipollez, y posiblemente lo sea, esto que les cuento, pero creo sinceramente que merece la pena hacer esos pequeños sacrificios y ponerse en el lugar de tantos y tantas personas que cada día carecen de nuestros bienestares y recursos. No está mal que, de vez en cuando, nos enteremos de lo que vale un peine.

               Yo he empezado hoy, y tocaba actuar como si tuviese algo que contarles a ustedes; de ahí que este primer propósito lo haya cumplido.

               Mañana, seguramente, será el día de comportarme como si fuese un millonario. No haré ni el huevo.