viernes, 21 de marzo de 2014

La Venganza. Microcuento.


A la anciana aún le tiemblan las manos cuando sostiene la foto de su familia. Siente tanto escalofrío, como cuando oye el lamento del asesino que, por fin, había podido atrapar. Han sido más de treinta años de soledad, miedo y acecho; pero ahora lo tiene encerrado. Ya no degollará a nadie más.  Esa noche, los sonidos desgarradores y casi suplicantes, parecían intuir el final. Con el poco aliento que le deja su enfermedad terminal, la mujer se levantó, ajustó la dosis de morfina; y  luego cruzó el pasillo, bajó al sótano y mató al prisionero. Ya podría reunirse, en paz, con sus seres queridos. Los aullidos del lobo asesino cesaron.

jueves, 20 de marzo de 2014

LA MIRADA


Suelo fijarme en la gente con la que me cruzo. Me gusta imaginar dónde viven, qué tipo de decoración tendrán en su casa o cómo serán sus vidas. En fin, tonterías de este tipo. Tengo la teoría de que según tu aspecto, como vas vestido y te mueves por la calle entre otra gente; así tienes tu vida organizada. Una gilipollez, pero me hace el camino más entretenido. Pero, a veces, se cruza uno con alguien que parece que va rodeada de un aura especial. Nada de misticismos ni leches. Digo aura como podría decir aire, o contaminación del aire, o polvo en suspensión. Pero sí, seguro que a ustedes también les ha ocurrido alguna vez.

Hace pocos días me pasó otra vez. Una señora aún joven se cruzó en mi camino y me llamó la atención. Tenía una belleza serena, un caminar cansino y una tristeza profunda. Llevaba una bolsa que seguramente contenía algunas piezas de fruta, un botellín de agua y, quizá, algún pastel. Claro que el hecho de que caminara en dirección al centro hospitalario del que yo había salido, ayudaba a suponer tal contenido. Y ahí empecé a imaginar:

Sería una madre de familia a la que la vida, desde hacía ya demasiados años, había empezado a tratar mal. Ahora le había dado un respiro, pero tenía impuesta otra condena que asumía callada. Su casa estaría en una zona de la capital de clase obrera venida a menos. Muy limpia y ordenada. Muebles dignos pero nada de maderas nobles. Tendría la parejita de hijos. Una chica que estudia en la Universidad (seguramente en su último año de carrera), y un chico que se había desvelado como un gran estudiante de Bachillerato, pero que no le estaban yendo muy bien las calificaciones últimamente. Haría poco que se habrían cumplido sus bodas de plata. Veinticinco años de matrimonio, aunque solo quiere recordar los años de noviazgo. Luego, todo cambió.

Dejó su trabajo y sueños para dedicarse a una empresa familiar, que la crisis y la mala cabeza de su marido, se había llevado por delante. Seguramente esa sería una causa más de su tristeza y de que a José, su marido, hubiese sufrido un problema de salud que lo tiene prácticamente paralizado. Ella lo visita todos los días y se sienta en la butaca de la habitación de la planta hospitalaria a esperar.

Espera que pasen las horas y que su marido -cuando recupere el habla-,  se digne decirle algo. Pero algo de lo que espera le digan de una puta vez. Ella quiere oír que le pide perdón por todo el sufrimiento que soporta. Por tantos empujones y gritos. Por tanto tragar para que la cosa no fuese a mayores, sobretodo en presencia de sus hijos.

Por supuesto que, de vez en cuando, se pregunta si no sería mejor que su sin vivir terminara allí. Que hubiese una complicación y… Pero esa idea la desecha inmediatamente. Nadie se merece que alguien desee un mal para ella. Y, así, pasa todas las horas que puede junto a José.

Luego, cuando termine la hora de visita, volverá sobre sus pasos y tomará el autobús que la llevará a su casa. Sus hijos ya habrán puesto la mesa para cenar algo. Poco.  Y ella les contará que su padre está mejorando, pero muy lentamente. Que ya le ha sonreído y le ha parecido que se ha puesto muy contento al ver la foto del cumpleaños del sobrino, en la que aparecían ellos. Luego les dirá algunas mentiras más sobre la situación de su padre, y que sigue siendo mejor, por prescripción médica, que aún no vayan a verlo para evitar emociones fuertes.

Todo, para no contarles que José, sí que la mira, y que ella sabe lo que le está diciendo con esa forma de mirar. Ya lo ha vivido muchas veces. Así que evitará, como siempre ha hecho, que éstos puedan ver una mirada de odio que, aún en estas circunstancias, está gritando: “Puta, dónde irás tan arreglada”.

Así que, al terminar la cena se irá a la cama fría y soñará con una vida mejor. Porque, hasta ahora, en los sueños nadie le ha gritado, pegado o menospreciado.

Y yo, llego a mi destino y dejo de imaginar cosas de este estilo. Y me culpo por ello. Y me pregunto el porqué de esta triste historia imaginada. ¿Será porque ocurre más a menudo de lo que nos parece?

Será.