martes, 12 de marzo de 2019

EL COBRADOR DEL TIEMPO




               Somos muy dados a estar comparando cosas, situaciones, personas, familias, relaciones, sueldos… Pero sobretodo nos gusta comparar épocas. Antes era mejor. Antes era peor. Ahora lo tienen más fácil. Ahora lo tienen más difícil. Antes y ahora, adverbios que usamos con mucha frecuencia. Son como hablar del tiempo; es un tema recurrente. Sin embargo, no hubo un tiempo pasado mejor o peor; Si no diferente. Me refiero en general. Claro.
              Mi edad ya me permite entrar en el terrero de las batallitas. Aunque realmente, siempre me ha gustado contar cosas. Así que tengo intención de contarles algunas. Espero darles argumentos para discernir si hubo un antes y un después, mejor o peor.
          Hace pocos días recordaba, a santo de no sé qué, la figura del cobrador. Concretamente de este señor que te daba un vale para comprar (básicamente ropa), en un determinado comercio y luego, nuestras madres -que eran las que siempre lidiaban con esta gente-, les iba pagando una cantidad mes a mes. Así que, en una inmensa mayoría de familias, ésta era la forma de ir comprándose alguna que otra prenda de vestir. Este tipo, junto al de los muertos, eran los cobradores más populares en nuestros barrios.
            También había sus alegrías en casas humildes y, el del oro, también fue un personaje familiar. Llegaba con su maletín y empezaba a abrir paños en los que las pulseritas, anillos y cadenas iban inundando la mesa del salón. Luego de un regateo breve, quizá algún complemento se quedaba en la casa y empezaba a correr la mensualidad. Esta gente eran unos superdotados. Podían enseñarte decenas de piezas y nunca perder de vista ninguna de ella, por mucho que levantara la vista de la mesa.
             Otra figura análoga al cobrador se podría considerar: la cartilla de la tienda. Digo análoga porque esta modalidad era, al contrario: La calderilla se iba quedando a lo largo del año en la tienda del barrio, para cuando llegara la Navidad, la familia pudiese contar con una intendencia mayor o de mejor calidad.
              ¿Se podrán imaginar nuestros jóvenes esta realidad? Tener que pedir prestado (con intereses claro), para vestirte con ropa de estreno, o comprar un complemento o regalo. ¿Y lo de la cartilla en la tienda? ¿Qué me dicen?
            Pues así fue. No sé si aquellos tiempos eran mejores o peores que los de ahora. Solo alcanzo a entender que eran diferentes. No quiero que caigan en la tentación de comparar otras situaciones (sanidad, laboral, educacional, progreso, seguridad, servicios…), porque evidentemente las de ahora son mejores, aunque peores que las que están por venir. Me refiero a que cada época tiene unas circunstancias y son con ellas con las que hay que vivir (o sobrevivir).
          Desde luego es mejor la educación de hoy que la de antes. Sin embargo, el descrédito de la profesión docente y las agresiones a maestros, incomprensiblemente han venido junto a la mejora. El vale para la ropa, afortunadamente, se perdió como el barco del arroz (alguien les explicará el significado de esto), pero ahora (y digo ahora mismo), tenemos prendas para estar vestido el resto de nuestra vida.
          El de los muertos…, bueno este sigue, solo que ya no va casa por casa; el recibo está domiciliado. Pero la domiciliazación bancaria le resta seriedad al asunto. Una cuestión tan formal exige de la visita domiciliaria de un señor con cara de sepulturero, para cobrar en recibo. Así cuando uno le endieñe los eurillos y lo pierda de vista, tenga la sensación de que ha vuelto a comprar, como mínimo, otros treinta días más de vida.
        Lo de la cartilla de la tienda. Ya saben; ni cartilla, ni tienda. Hipermercados, llenos hasta la bandera de productos para consumir. Y luego; a dieta.
         -Shhhhhh. ¡Calla niño! No hagas ruido que el cobrador está en el portal y tu padre aún no ha cobrado.
         -Madre mía, si al menos llegara después el de la hornacina portátil con la Virgen o el Santo de turno, podría expiar este pecado.