lunes, 23 de septiembre de 2019

LAS RUEDAS DEL DESTINO



               Quizá eres de los que piensa que recorrer en moto un montón de kilómetros, además de ser una temeridad, es una tontería. Quizá seas de los que cavila que viajar en esos artilugios es incómodo y peligroso. Puede que seas de los que están seguros de que la gente que anda en ellas por esas carreteras, son locos, maleducados y violentos; casi marginados. Y la verdad es que, como en botica, hay de todo. Pero, créanme son minoría. Y sino, siga leyendo.
               Les puedo contar que hace unos años, unos aficionados a esto de las dos ruedas, decidimos conocernos; vernos las caras, y para ello organizamos una reunión; una quedada (kedada no está admitida por la RAE, aunque finalmente tendrá que admitir esa K). Total, que decidimos que el lugar para ello fuese la ciudad de Toledo. 
               Allí nos íbamos a encontrar un grupo de motoristas con un elemento en común: ser propietario, o usuario, de la Suzuki V Strom; una máquina perfecta, entre las máquinas perfectas.
               Nos fuimos conociendo en una página que Víctor creó en Facebook, y de ahí se configuró un grupo de Wasap. Hubo un montón de mensajes de la gente que iba a ir a esta singular y bonita ciudad de las tres culturas. Luego la realidad fue bien distinta.
               Por motivos varios, de la lista imaginaria de asistentes se fue cayendo gente. Y era normal, supongo que desplazarte hasta Toledo, desde Galicia, País Vasco, Cataluña, C. Valenciana, Andalucía…, para conocer a alguien que, de momento lo único que se sabía de ella, era que tenía una misma marca de moto que la tuya; no parecía una propuesta muy atrayente que digamos. Y si le sumas que, además, no hay inscripción, que te tienes que buscar tú el alojamiento, que no te vas a llevar ni un trofeo por ser el más veterano, joven, alto, bajo, rubio o moreno; que te tienes que buscar la vida para las comidas, que no hay grupo de rock que amenice el cotarro, ni camisetas mojadas, ni ruedas quemadas… En definitiva, que no hay nada de lo que ofrece una concentración de motos que se precie de ello; ¿Para qué leches me pego un palizón de moto?
               Precisamente ser una desorganización perfectamente organizada, es lo que hizo grande esa reunión y las otras dos que la han seguido (Cuenca 2018 y Cáceres 2019),               Recuerdo, con mucho cariño, como no pudo conmigo la soledad del aparcamiento de El Greco en Toledo. Allí se había decidido el punto de encuentro el día 22 de septiembre del 2017. La fecha “oficial” del encuentro quedó estipulada que queda convocada cada año en el tercer fin de semana del mes de septiembre. Aunque extraoficialmente hay quienes solemos llegar el día antes.
               Así que allí me ven, con mi V Strom y un montón de plazas de aparcamiento libres, pajaritos piando y un perro que, desde la distancia me miraba, sin duda pensando, ¿“y este gilipollas qué hace aquí”? pero sabía que no había hecho el viaje en balde. Afortunadamente un mensaje llegó diciendo: “si hay alguien por ahí, que me espere; que estoy debajo de un puente resguardándome del granizo; pero que llegar llego”. Y llegó -y desde Logroño-, empapado, pero llegó. Y luego se sumó otro que venía de Madrid (sin V Strom, pero eso no importa en este grupo humano), y que nos decía, voy a Madrid pero vuelvo otra vez. Y el tío iba y volvía. Y nos fuimos a cenar, y hablamos, y nos reímos, y paseamos, y compartimos una copa. Y nos fuimos a dormir para volver a la mañana siguiente al aparcamiento del camping para ver quien aparecía por allí. Y aparecieron, gente sonriente, buena gente. Manchegos de mano firme y mirada sincera. Y ya dejamos de ser tres, para ser quince o veinte. Y apareció un marbellí, y de Alicante o Elche y de otros sitios. (no existe formularios de asistentes, ni existirán) No rellenamos formularios, ni pagamos inscripción, ni nada de eso; vamos a conocer gente que nos hace mejores a todos. Ni siquiera, a veces, los nombres los tenemos claros. Pero sí reconocemos ese abrazo, ese beso, esa sonrisa en cuanto nos vemos por las calles de la ciudad elegida. Y se van creando vínculos de amistad que ya trascienden al momento de la reunión anual. Cuando viajamos, no se nos ocurre pasar de largo por un punto en el que tenemos un amigo. Y luego nos fuimos a Cuenca, y se repitió la historia, solo que con mucha más gente. Y ahora acabamos de llegar de Cáceres, donde más de lo mismo: buen ambiente y gente franca.
               Y en estas llegará Ávila 2020. Ciudad que se llenará de afecto, risas, abrazos… de gente que desde distintos puntos de nuestro país irá a decirte con la mirada y un abrazo: qué ganas tenía de volver a verte. Y, como no, allí estarán: Rodri, un montón de Fran, Carmen, Victor, Germán, Enrique, Gallego, Rafa, Borja (que ya estará bien de a rodilla), Maca, Txusti, Justo, David, Santiago y un largo etcétera de gente de bien. Y volverá a aparecer ese amigo que se encargará de buscar un restaurante para que, al menos, podamos hacer una comida todos juntos. Y ese otro que se ofrecerá a diseñar una ruta por los alrededores. Y más gente que, desinteresadamente se dará un curro muy grande para que los que lleguemos, podamos compartir momentos inolvidables.
               Así es; vamos en dos ruedas. Son las ruedas de nuestras motos que, afortunadamente, se han convertido en las ruedas del destino.

martes, 12 de marzo de 2019

EL COBRADOR DEL TIEMPO




               Somos muy dados a estar comparando cosas, situaciones, personas, familias, relaciones, sueldos… Pero sobretodo nos gusta comparar épocas. Antes era mejor. Antes era peor. Ahora lo tienen más fácil. Ahora lo tienen más difícil. Antes y ahora, adverbios que usamos con mucha frecuencia. Son como hablar del tiempo; es un tema recurrente. Sin embargo, no hubo un tiempo pasado mejor o peor; Si no diferente. Me refiero en general. Claro.
              Mi edad ya me permite entrar en el terrero de las batallitas. Aunque realmente, siempre me ha gustado contar cosas. Así que tengo intención de contarles algunas. Espero darles argumentos para discernir si hubo un antes y un después, mejor o peor.
          Hace pocos días recordaba, a santo de no sé qué, la figura del cobrador. Concretamente de este señor que te daba un vale para comprar (básicamente ropa), en un determinado comercio y luego, nuestras madres -que eran las que siempre lidiaban con esta gente-, les iba pagando una cantidad mes a mes. Así que, en una inmensa mayoría de familias, ésta era la forma de ir comprándose alguna que otra prenda de vestir. Este tipo, junto al de los muertos, eran los cobradores más populares en nuestros barrios.
            También había sus alegrías en casas humildes y, el del oro, también fue un personaje familiar. Llegaba con su maletín y empezaba a abrir paños en los que las pulseritas, anillos y cadenas iban inundando la mesa del salón. Luego de un regateo breve, quizá algún complemento se quedaba en la casa y empezaba a correr la mensualidad. Esta gente eran unos superdotados. Podían enseñarte decenas de piezas y nunca perder de vista ninguna de ella, por mucho que levantara la vista de la mesa.
             Otra figura análoga al cobrador se podría considerar: la cartilla de la tienda. Digo análoga porque esta modalidad era, al contrario: La calderilla se iba quedando a lo largo del año en la tienda del barrio, para cuando llegara la Navidad, la familia pudiese contar con una intendencia mayor o de mejor calidad.
              ¿Se podrán imaginar nuestros jóvenes esta realidad? Tener que pedir prestado (con intereses claro), para vestirte con ropa de estreno, o comprar un complemento o regalo. ¿Y lo de la cartilla en la tienda? ¿Qué me dicen?
            Pues así fue. No sé si aquellos tiempos eran mejores o peores que los de ahora. Solo alcanzo a entender que eran diferentes. No quiero que caigan en la tentación de comparar otras situaciones (sanidad, laboral, educacional, progreso, seguridad, servicios…), porque evidentemente las de ahora son mejores, aunque peores que las que están por venir. Me refiero a que cada época tiene unas circunstancias y son con ellas con las que hay que vivir (o sobrevivir).
          Desde luego es mejor la educación de hoy que la de antes. Sin embargo, el descrédito de la profesión docente y las agresiones a maestros, incomprensiblemente han venido junto a la mejora. El vale para la ropa, afortunadamente, se perdió como el barco del arroz (alguien les explicará el significado de esto), pero ahora (y digo ahora mismo), tenemos prendas para estar vestido el resto de nuestra vida.
          El de los muertos…, bueno este sigue, solo que ya no va casa por casa; el recibo está domiciliado. Pero la domiciliazación bancaria le resta seriedad al asunto. Una cuestión tan formal exige de la visita domiciliaria de un señor con cara de sepulturero, para cobrar en recibo. Así cuando uno le endieñe los eurillos y lo pierda de vista, tenga la sensación de que ha vuelto a comprar, como mínimo, otros treinta días más de vida.
        Lo de la cartilla de la tienda. Ya saben; ni cartilla, ni tienda. Hipermercados, llenos hasta la bandera de productos para consumir. Y luego; a dieta.
         -Shhhhhh. ¡Calla niño! No hagas ruido que el cobrador está en el portal y tu padre aún no ha cobrado.
         -Madre mía, si al menos llegara después el de la hornacina portátil con la Virgen o el Santo de turno, podría expiar este pecado.

martes, 26 de febrero de 2019

FRANDU: EL REPRESENTANTE



               Ya saben que hay un grupo de músicos en Málaga, que solemos hacer una comida mensual en la que nos contamos las mismas anécdotas, situaciones personales y alguna que otra trolilla.  Y salvando algunas cuestiones que quedan en anecdóticas; el ambiente es fenomenal. Nos conocemos tanto que nos aceptamos como somos o aparentamos ser. También se suelen llevar equipo de sonido e instrumentos, para hacer una especie de Jam desordenada en la que casi todos participamos. Una comida de amigos unidos por la música. Por la pasión de hacer música y, en esta última ocasión, por otro elemento que también nos ha hecho coincidir en muchas ocasiones: El representante
               Esa especie buscavida que repartía bolos a los grupos (antes se llamaban conjuntos), que, armados de paciencia, acudíamos día sí y día también, a sus oficinas para esperar la llamada a su despacho y ver si éramos agraciados con un contrato, o cobrar algunas perrillas por la gala realizada. Si salías del despacho con las dos cosas; habías triunfado. Aunque también había días de fracaso.
             Pues bien, en nuestro último encuentro invitamos a uno de estos representantes. D. Francisco Durán Romero. Frandu.
               Llegó con esa aura que siempre le caracterizó. Quizá por la costumbre ya habíamos algunos esperándolo. Consciente de ello, bromeó diciendo que traía algunos contratos para repartir. Tiene una salud y una lucidez envidiable a sus casi 90 años. Se acordaba de casi de todos en general. Los que tenemos muchos contratos firmados con él, nos sigue teniendo fichados. Recibió muchos abrazos y buenos deseos. Nos hicimos fotos, y hasta nos dirigió unas palabras micrófono en mano. Todo un personaje este Frandu.
               Les confieso que, con el tiempo, me volví muy crítico con esta gente que se dedicó a la farándula en plan empresario comisionista. No tengo muy claro si hicieron mucho bien, o mucho mal a la profesión (al menos a los músicos). Y en mis recuerdos íntimos no les tenía en muy alta consideración. Sin embargo, el otro día, al estar frente a él -cara a cara-, cambié de opinión. Sentí agradecimiento y tristeza a partes iguales.
               Tristeza porque con Frandu se acaba una especie inimitable. Un tío que se hizo a sí mismo y supo manejar las medias verdades como nadie.  Esto le garantizaba hacer la cuadratura del círculo: Quedaba bien o mal, pero con todo el mundo a la vez. Pero no le importaba, buscaba alguna compensación y pelillos a la mar. Algunos temas no los supo manejar muy bien y, como buen currante, paga el precio y a otra cosa.
               Y agradecimiento porque Frandu, también formó parte de lo que soy. Mi relación con él fue más allá de lo meramente profesional. Seguro que, por algún arte de birlibirloque no muy difícil de adivinar, a nuestros contratos se le caían algunos durillos que hiciese la comisión más sustanciosa. En cualquier caso, hablamos de duro arriba duro abajo. No había mucho margen en aquellos tiempos. Pero ese abrazo borró totalmente esta sensación (quizá injustificada). Agradecí su sonrisa y sus recuerdos hacia mí. También cómo los tenía hacia los demás. Fue como trasladarme a aquella oficina de la Alameda y llegar a Espectáculos Frandu. No fuimos a buscar trabajo, ni a cobrar nada. Si acaso a pagar un tributo a una persona que supo ganarse la vida honestamente comisión a comisión.
               Frandu. Paco Durán, puede presumir de que sus niños (así nos considera), se ganaron la vida honradamente y supieron sobrevivir en un mundo que nos ofrecía, en muchas ocasiones, lo más sórdido de la época y que, quizá por ese diez por ciento de peaje y por tener que estar tempranito en su oficina para pillar alguna pedrea de los contratos, nadie calló en sus garras.
               Gracias Paco por haberme dado la oportunidad de conocerte y, gracias a tus contratos, poder disfrutar muchos años del placer de crear música.
                El otro día no te dimos el diez por ciento; si no el cien por cien de nuestro cariño y agradecimiento.
               Repetiremos.