Hoy
he tomado una decisión: cuando llegue a mi casa voy a empezar a tirar cosas.
Ya saben: papeles, cachivaches,
bolígrafos sin tinta, facturas de hace un montón de años, ropa sin usar
y usada, zapatos viejos, calcetines desparejados, partituras, letras, cables,
herramientas… Y es que ya está bien. He acumulado tanto material que estoy a un
paso de ser diagnosticado como síndrome de Diógenes.
Pero
no las tiraré porque voy a hacer limpieza. Que va. Cuando se está de fregado se
tiran otras cosas. Esto más que una limpieza va a ser un expurgo. Un exterminio
en toda regla. Porque díganme, para qué
coño quiero todo eso si cuando me hacen falta nos las encuentro. Los papeles
que en un momento dado necesito consultar, no aparecen. Esa herramienta que
justo ahora preciso, ni idea de dónde la puse. La ropa. Qué les voy a contar de
la ropa que no sepan sus armarios. Por qué nos empeñamos en guardar algo que
hace años compramos y no usamos. O, por qué no tiramos ya esas camisetas que lo
están pidiendo a gritos. Total, me he vuelto majara y voy a tirarlo to. Prometido.
Y,
aprovechando la locura transitoria, igual voy a hacer con mis miedos,
prejuicios, angustias, inquietudes, malos recuerdos, fracasos… A la mierda todo.
No sé cuánto tardaré en este fregado,
pero bueno, le echaremos paciencia. No voy a renegar de nada de lo que me
deshaga. Total, todas esas vivencias me hicieron ser lo que soy. En lo que me
he convertido. Sea lo que sea. Pero ya han cumplido su misión y es hora de
vaciar la mochila. Ya resulta muy pesada para andar tirando de ella. Siempre me
gustó la filosofía de esos indígenas que viviendo sobre chozas flotantes, dicen
no poder meter muchas cosas en sus casas, porque, de lo contrario, se hundirían
con ella. Así que, consciente de que toda esa carga me podría llevar al fondo;
me libero de ella. Borrón y cuenta nueva. Gracias por los servicios prestados.
Lo
malo en toda esta historia es que, de paso, mucho me temo que,
irremediablemente, se van a colar en la caja de los desechos algunas ilusiones,
sueños, expectativas, ganas de luchar por una sociedad mejor… Supongo que es el
precio que hay que pagar por deshacerse de otras cosas. Así que tendré que
ponerme manos a la obra y, de camino hacia el contenedor, ir apreciando todo lo
que he aprendido y conseguido. Y no me refiero a lo material. Tendré que variar
mi mirada. Ver desde otra perspectiva. Convencerme de que las cosas, cuando
ocurren, tienen un porqué. Sin más.
Aceptar
que nada es para siempre. He aprendido que un sueño cumplido puede resultar,
con el tiempo, una carga molesta. Que un fracaso anterior, se ha revelado como
el pilar de un éxito presente. Que se ha luchado por ideales que solo sirvieron
para encumbrar a necios. Que se presumió de fuerza ante los más débiles. Que
estropeé días maravillosos por discusiones inútiles. Que un mejor coche, no me
hizo mejor persona. Que se puede presumir de los orígenes humildes. Que confundí
amar con desear, querer con poseer…
Ahora
quiero tener nuevos miedos, nuevas metas, nuevas ilusiones. Cometer nuevos
errores, y, de paso, conocer a una nueva persona. A mí. No sé si llegaré a ser
mejor o peor que el anterior. Eso no me preocupa. Pero el solo hecho de caminar
con la mochila más ligera, ya merece la pena.
Solo
espero que no me ocurra lo que en mi niñez que, siendo ya grandecito para
seguir usando el chupete, lo tiraba por la mañana desde la ventana de la cocina
hacia el patio de mi vecina, y por la noche iba a recogerlo.
De
hecho, ayer mismo empecé la limpieza. Algunas figuritas que andaban por allí,
las quité de dónde estaban y, aunque no las llegué a tirar, sí que las puse más
cerca de la caja. Algo es algo.
Gran realidad la que describes, magnífico, llega directo al corazón de todos, porque todos, en una medida u otra, nos vemos reflejados. Muchas gracias por compartirlo
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