lunes, 19 de septiembre de 2011

EL SILENCIO DE LOS NIÑOS


Tengo un amigo que es un genio. Cuando se le complica cualquier asunto, en lugar de alterarse y dejar que la situación le domine, reflexiona y lo aborda desde otra perspectiva. Una de las que mejor resultado le da, es adoptar el pragmatismo de los niños. Él mantiene la siguiente teoría: Muchos de los objetos que nos rodean -afirma con solemnidad-, una vez que han pasado por las manos de los niños, amplían considerablemente sus posibilidades. Y pone ejemplos: Las escobas pasan a ser hermosos caballos y objetos voladores. Las bolsas se convertirán en divertidas bombas de agua. Los cubos pequeños se usarán como gorros que portan los valerosos guerreros. Las sábanas serán hermosas capas ondeando al viento, o fondo de armario de fantasmas. Las cajas de cartón no tendrán nada que envidiar al más majestuoso barco que jamás se haya construido… Para apoyar su hipótesis tiene un catálogo extensísimo de objetos: las sillas, las camas, los armarios, los neumáticos…
            Ya les digo que es un tipo curioso. Todos los utensilios inservibles de la oficina en la que trabaja, lucen a modo de decoración en un mueble, que también rescató del almacén antes de que se consumase la pena de muerte a la que estaba condenado. Además de decorativos -dice-, también es terapéutico, ya que evita el síndrome del caballo del malo. Y lo explica: Mis compañeros se agobian cuando los ordenadores se ponen lentos. Yo no. Me basta con echar una ojeada a mi antigua máquina de escribir o la obsoleta sumadora, y me reconforto.
Ya les digo, es un tipo tan genial y particular, que cuando realiza informes de su trabajo, estos igual le valen para una promoción interna, que para presentarlos a concursos de relatos cortos. Dándose el caso de que una vez consiguió, con el mismo estudio sobre igualdad de oportunidades, un ascenso en el trabajo, y un premio especial del jurado en un concurso de redacción. Cosas.
 Como ven, todo un maestro a la hora de echarle imaginación al asunto. Sin embargo, se lamenta de que estemos perdiendo este potencial imaginativo. Dice que los niños ya no juegan tanto, y que nosotros tenemos mucha culpa de ello. Los adultos no les estamos dejando lugares, ni en el hogar ni fuera de él, para que ellos sigan investigando sobre esas otras servidumbres que tendrán los nuevos objetos de uso cotidiano.
Los barrios, los pueblos y las ciudades, se proyectan sin tener en cuenta    -entre otros colectivos-, a los niños y los jóvenes. Éstos, dentro de su proceso formativo y de socialización necesitan la interacción con sus iguales. Por tanto, los espacios urbanos son elementos imprescindibles para ellos. Esto hace que, a falta de zonas adecuadas, este colectivo se tenga que concentrar en calles o plazas. Unas con gran circulación y otras, además, con bastante suciedad.
            Estoy totalmente de acuerdo con mi amigo. Si tuviésemos en cuenta otros puntos de vista, otras perspectivas, un poco de visión de futuro, menos egoísmo, más empatía, etcétera; tendríamos otras ciudades más habitables.
En fin, les confieso que una enorme tristeza y responsabilidad se apodera de mí, ante la visión de niños que han encontrado en las grandes superficies comerciales, un lugar de juego mientras van empujando el carrito de compras, y la de jóvenes en ciclomotores, fumando y sin casco protector.
Sin embargo -suerte la mía-, el otro día tuve la oportunidad de ver a dos mocosos que, a lomos de lindas escobas, planeaban bajo la atenta mirada de su padre el asalto final a un castillo imaginario. Al pasar junto al progenitor le dije:
-Hermosos caballos.
            -Sí que lo son -me respondió.
            Un par de casas más abajo, a través de la ventana abierta oí que alguien decía: Cierra y conecta el aire acondicionado que ya están los niños otra vez en la calle haciendo ruido.
            Sin comentarios.

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