miércoles, 21 de septiembre de 2011

LA MUJER DE LAS TRES BOLSAS (1999. Sra., que andaba por el polígono Guadalhorce)

            Hace años que dejó atrás los cincuenta y tantos, y sólo ella  sabe los  motivos que la han llevado, ahora, a ejercer la prostitución en las calles de un polígono industrial de nuestra ciudad. Aunque los podemos imaginar: alcoholismo, drogas, juego... Desde luego, en una hipotética lista de actividades atribuibles a esta mujer, la prostitución, sin lugar a duda, ocuparía el último lugar. Cuando está en la carretera junto a las tres bolsas que siempre la acompañan, llenas de no sé qué, más que a clientes parece que espera el último autobús de regreso a casa.  Supongo que todo su patrimonio se puede contar con los dedos de una mano; las tres bolsas y un par de eso para soportar tanta soledad, tanta oscuridad, tanto miedo... Seguramente si sumamos todas sus pertenencias, en lugar de llegar a un todo, tendríamos un nada.
Es de suponer que no esperará que le den un premio por lo que hace, el premio es su tarifa; aproximadamente sobre tres mil el completo, pero dadas las circunstancias y las notables diferencias respecto a la competencia, por mil pelas no me extrañaría se cerrara el trato. El único parecido que mantiene con sus compañeras de la calle es la necesidad de dinero. Confieso que no pude evitar sonreír la primera vez que la vi. Pensé que había que estar muy desesperado para detener el coche, y preguntarle algo distinto a si se había perdido y necesitaba ayuda. Con todo, no se vayan a creer, alguna vez que otra la he visto cargando sus bolsas y subirse al coche con una sonrisa fingida mientras se desabrochaba un poco más el escote.
Pero desgraciadamente esta historia no queda en eso. Además de aguantar a clientes, entre los que seguro figuraran; borrachos, enganchados, violentos, desequilibrados, etc., también tiene que cuidarse de esquivar a imbéciles, que con la leche de las bromitas y queriendo hacerse los machotes  a costa de los más débiles, se dedican a embestirla a toda pastilla con el coche, para que la mujer, justo dando un paso atrás, evite el golpe del vehículo. Sin embargo, no puede evitar oír los insultos que le dedican. En fin, una pequeña diversión para esos majaras que con mil duros en el bolsillo y camino de la sauna-club, van pensando en lo guapos que van a quedar ante las chicas, apoyados  en la barra del bar con las espaldas bien cubiertas por el “Balantainconcoacola”, el encendedor dorado y el paquete de tabaco de contrabando.
Entretanto, las chicas del club que en principio creían venir a trabajar en lugares donde hubiera que estar más vestidas y menos acostadas, se les van acercando y, efectivamente, pensando en ellos, sólo que no en lo guapos que están, sino en la  sarta de gilipolleces que tendrán que aguantar a esos capullos.
            Ya les decía al principio que sólo ella sabe los  motivos que la han llevado, ahora, a ejercer la prostitución en las calles de un polígono industrial de nuestra ciudad, aunque nosotros los podemos imaginar; abandono, marido en fase terminal, hambre, desempleo, desespero, carga familiar demasiado grande, desequilibrio, miedo, violencia conyugal, hijos drogadictos, proxenetismo..., vaya usted a saber. Sea cuales fueren las razones que pensemos, si aquellas o éstas, no es nada agradable, ni seguro, estar en la calle de noche. Sola. A oscuras. Esperando al cliente del que nunca sabrá sus verdaderas intenciones, hasta que vuelva a descargar sus bolsas al borde de la carretera después de haber terminado “el servicio”.
 Y, al margen de si es o no adecuada la opción elegida por esta mujer -no seré yo quien la juzgue-, no entiendo como, después de ver la situación en la que se encuentra, todavía hay quien disfrute poniéndole un pie en el cuello.
Dudo mucho que esa mujer llegue a leer esto,  pero me gustaría que supiera que, a pesar de su experiencia, no todo el mundo es tan insensible como esos desgraciados que se divierten y aprovechan de las miserias de los demás.
Cuídese.   

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