jueves, 22 de septiembre de 2011

CON CIERTO DESCONCIERTO

          Sinceramente, hay cosas que acontecen en esta ciudad que son como para dar la nota. Resulta que a muchos de nuestros jóvenes les pueden poner multas por tocar instrumentos musicales en la calle (algunas sanciones se han puesto), o se les autoriza a ensayar en la calle, sin más; lo que conlleva un malestar de los vecinos.
Esta es la política del actual gobierno de nuestro Ayuntamiento: O una cosa, o todo lo contrario. Lamentable. Total, que los músicos y los vecinos descontentos. Mientras, el Alcalde mira para otro lado y silba esa melodía de: “Y no me importa nada”.
Desde luego no es cuestión de tomarse a la ligera un asunto de este calado. La sanción vendrá en cumplimiento de leyes y normativas. Los vecinos, en su derecho, defienden su bienestar. Y los músicos sólo quieren ensayar en lugares adecuados. Sin embargo, los que sancionan a estos jóvenes o molestan a los vecinos, son aquéllos políticos que demuestran incapacidad de ofrecer soluciones a esta cuestión largamente demandada por ambas partes. Pero eso sí; en cuanto llega Semana Santa todos a disfrutar de las bandas de música. Toques de campana, fotos y desfile incluido. Insisto: ni cara a los vecinos ni a las bandas musicales se ponen soluciones sobre la mesa. 
            Puede que los ciudadanos malagueños no sepan muy bien si están en la ciudad del siglo XXI, o en la del XIX. Pero sí saben -ahora sí son conscientes de ello- que están en una ciudad en la que un grupo de jubilados, tratando de fomentar la lectura,  han tenido que estar exponiendo en plena calle miles de libros. Que están en la ciudad que ocupa los últimos puestos en dotación de instalaciones deportivas y bibliotecas en los barrios. Que están en una ciudad que envía a sus jóvenes a vivir a otros lugares por no ofrecerles vivienda asequible. Que están en una ciudad que echa a la calle a sus músicos para ensayar y -agárrense-, que están en la ciudad que castiga a los músicos por ensayar en la calle.
            Realizar una actividad musical favorece el desarrollo de nuestros niños y niñas; de nuestros jóvenes. Los ensayos les enfrentan con la dificultad, con la superación personal, con la disciplina… Sensaciones -créanme- que merece la pena vivir.
             Integrarse en una agrupación musical, no importa qué tipo sea, es entrar en un mundo mágico. Retos que parecen imposibles de alcanzar van llegando gracias al esfuerzo individual y al apoyo de directores bien formados e ilusionados. La técnica instrumental, la afinación, etc., se consigue poco a poco; como debe ser.  Se dice fácil pero no lo es. Exige muchas horas de prácticas llegar a alcanzar un nivel aceptable, y esto no se consigue de la noche a la mañana; requiere constancia y estudio. Ensayar es fundamental, y los horarios y lugares deben estar adaptados para evitar molestias o ingerencias de cualquier tipo. Todos estamos de acuerdo en que el descanso no se debe perturbar. No obstante, estas realidades no nos pueden llevar a un planteamiento maniqueísta de la cuestión. Agrupaciones musicales y entorno social pueden y deben convivir perfectamente. Y detectada una discordancia, sólo hay que trabajar para llegar a la armonía.  
En su día, desde el Grupo Municipal del PSOE, nos pusimos manos a la obra y presentamos iniciativas que, seguro, iban a ayudar a encontrar las soluciones. Una de ellas proponía que se abordase la necesidad de ofrecer lugares de ensayo a las Agrupaciones Musicales. Fue bien recibida pero no se ha hecho nada de nada. Otra pretendía impulsar la creación de un foro permanente de encuentro entre los directores de formaciones musicales, para el análisis y seguimiento de sus necesidades. Esta última, el gobierno municipal, bajo la dirección del Sr. De la Torre, votó en contra. Sí, en contra. Y mira por dónde, poco tiempo después tuvo que comprobar como fueron esos mismos responsables los que decidieron reunirse para tratar la problemática común, que, insisto, al no abordarse de forma amplia, periódicamente vuelve a surgir. Muchos músicos están cansados de traslados y, seguro que también, de ser el blanco de las críticas.
            Ante este panorama, la ciudadanía tendrá la sensación de que los políticos no hacen nada. Una vez más se negó a la oposición la posibilidad de colaborar en la mejor gestión posible de una ciudad como la nuestra. Y una vez más, iniciativas coherentes y necesarias fueron arrojadas a la papelera por una mayoría de un gobierno municipal que, como en otras muchas cuestiones, en materia musical no ve ni oye, más allá de las espesas cortinas del Teatro Cervantes.
Todo esto me ha hecho rememorar situaciones de mi juventud.  No recuerdo bien si era cabo o sargento de la Benemérita, pero sí que estaba destinado en un cuartelillo que había por la zona de San José, en Ciudad Jardín. El caso es que a este hombre le gustaba disolver a todo aquel que se reunía, -también a los chavales que lo hacíamos para hacer música. A mí me llegó a acompañar hasta la puerta de mi casa, para asegurarse que dejaba de rasgar las cuerdas en la esquina de mi calle-. Sí, antes se decía así: mi calle. Quizá que estuviese aprendiendo los acordes de “Para la libertad” tuvo algo que ver en esa decisión. No sé.
En fin, afortunadamente esos años pasaron. Hoy ya no ocurre eso. Quiero decir, que igual te disuelven a multazos, pero desde luego no te acompañan hasta la puerta de tu casa.
            Pero volvamos al tema: Igual que ocurre con los vecinos que son gente solidaria, respetuosa y comprometida, es fácil entenderse con los músicos. Hasta cuando se manifiestan nos ofrecen acordes y melodías. Sólo hay que escucharlos.
Seguiremos luchando por el descanso de unos y las necesidades de otros. La batuta del Sr. De la Torre genera un cierto desconcierto.

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