Hay un
cuento persa que habla sobre cómo un joven tigre es engañado por el hombre. El padre
le había contado que el hombre era el animal más fuerte del mundo, y tras el
fallecimiento de éste, el tigre estaba empeñado en conocer a ese ser tan
extraordinario que debía ser el hombre. Sin embargo, cuanto más le contaban de
cómo eran (sin garras, ni piel gruesa, sin poder cortar la leña con sus dientes…),
menos entendía el porqué de su fortaleza. No es cuestión de reproducir el cuento. Les
aconsejo su lectura. Sepan que, al final, el hombre viejo engañó al joven tigre,
porque el hombre es el único animal capaz de mentir, manipular y engañar. También
hay otro sobre una gacela que no se entrega tan fácilmente a un cazador y le
planta desafío. El final de este cuento no tiene desperdicio, porque culmina en
que este animal, sabe distinguir una mirada humana sincera y de la que fiarse.
Ya
ven, dos versiones de la raza humana. Y las dos acertadas. Pero les quería
contar otra fábula: La de la Gacela y el Tigre.
Por
motivos que no se conocen muy bien, estos bellos animales se vieron obligados a
compartir camino y aventuras. La gacela era una preciosidad de animal, sus
movimientos eran como sonrisas que se repartían en cada movimiento. El pelo
claro. Sus ojos eran más pequeños de los que cabía esperar, pero muy vivos y
expresivos . Sin duda vivir en permanente estado de alerta imprimen carácter. Su
compañero de camino; el tigre, era también un agraciado animal.
Las conversaciones
entre ellos eran interesantes. Al menos al tigre -que escuchaba la mayor parte
del tiempo-, le parecían eso. Mientras su amiga hablaba y le contaba cosas de su
pasado, él se dedicaba a otear el horizonte y estar en permanente estado de
alerta. Temía casi tanto por ella como por él. Muchas veces se preguntaba que
por qué coño no se había merendado ya esa gacela que tan buen sabor parecía
tener. Pero esta idea la desechaba inmediatamente. Nunca le haría ningún mal.
Todo lo contrario.
El
caso es que cualquier observador ajeno a esta realidad, hubiese pensado que el
tigre estaba siendo protegido por la gacela. Ésta no se cansaba de decirle a su
compañero de fatigas que había que ser fuerte, saber enfrentarse a la realidad, no hundirse, y todas esas cosas que se dicen cuando, en el fondo, se tiene mucha inseguridad. El
tigre, es cierto, era un tanto peculiar, le gustaba, sin que ella se diese
cuenta, quitar posibles trampas en el camino (piedras afiladas, clavos, trampas…),
y dejar que ella siguiera el camino sintiéndose segura y fuerte. De hecho nunca
se dio cuenta que, en múltiples ocasiones, fueron acechados por otros animales
hambrientos que, por caminar junto al tigre no se atrevieron a dar el asalto
final.
Pero tampoco se confundan, ella (la gacela,
claro), seguía siendo una luchadora. Nunca lo tuvo fácil. Todo lo contrario.
Desde muy pequeña se vio obligada a buscarse la vida contra todo y contra
todos. Fuerte sí que era. Aprendió a buscarse un hueco entre tanta
indiferencia. Por supuesto que se sentía acechada siempre, pero también
aprendió a vivir con esa realidad. A veces, cuando pensaba que estaba sola en
la Sabana, ensayaba algún tipo de rugido para saberse más fuerte. Y, con
ciertas especies le funcionó y, como a aquel hombre viejo; el engaño le salvó
de muchas situaciones complicadas. Por el contrario, nuestro tigre seguía a lo
suyo. Quizá -solo digo quizá-, hastiado por tener que haber demostrado su
naturaleza en múltiples ocasiones, aprendió que un maullido amenazante, como solo sabe hacerlo este animal salvaje, también podría ser una llamada de cariño, y que en
lugar de tantas peleas como tuvo en el pasado con otros de su especie, prefería
no mostrar tanto esos dientes que, le gustara o no, llevaba afilados. Por
supuesto que era consciente de que esa actitud era confundida con cierta
debilidad; pero no tenía el menor interés en mostrarse según se le suponía. Y,
ni mucho menos, con la gacela.
Y así, siguieron caminos y caminos. Ella (la
gacela, claro), mostrándose más fuerte a cada sonido que pronunciaba, y él (el
tigre, claro), oyéndola sonriente, mientras mantenía a raya a la cantidad de
animales peligrosos que la acechaban. Aunque, al final tuvo que reconocer que
sí, que por la forma de ser de la gacela, estaban a salvo. No ya porque ésta
fuese una súper gacela; sino porque de tanto hablar de lo fuerte que era, permitía
al tigre, vigilar por la seguridad.
Y es
que, ya seas tigre o gacela, a veces, las cosas no son lo que parecen.
O no?
Bonito relato-cuento, los gestos que tiene el tigre para con la gacela. Ojalá hubiera más personas que se asemejen a ese animal, todo sería mejor. Las cosas, como dices, nunca son lo que parecen, todos llevamos en nuestro interior una gacela o un tigre, pero desafortunadamente muchas veces no van juntos. Gracias por este relato tan bien llevado.
ResponderEliminarEfectivamente, esa era la idea. Todos/as llevamos el tigre y la gacela. Incluso en nuestras vidas, podemos alternar siendo un tigre o una gacela. Pero me quedo con eso: Las cosas, nunca son lo que parecen. Gracias por tu comentario.
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