jueves, 3 de noviembre de 2011

AGRESIONES: SUMA Y SIGUE

            Llevo tiempo intentando escribir algo sobre los malos tratos de que son objeto algunas mujeres a manos de sus compañeros, o ex. No obstante, y a pesar de que conocemos prácticamente a diario una nueva agresión, no me resulta nada fácil abordar un tema de este calibre. Si hiciese caso a mi bolígrafo, el artículo lo terminaría en un santiamén; Esos fulanos son unos hijos de puta (con todo mi respeto hacia sus madres y las prostituta)s. Así que, una vez dicho esto, mi colaboración debería terminar aquí. Punto y final. Adiós.
Desde luego hay que ser corto de mollera para llegar a las manos. Aunque lo de las manos va quedando un poco anticuado. Ahora utilizan gasolina, palos de béisbol, escopetas, cuchillos, pistolas, y un trágico etcétera muy largo de reflejar aquí. Pero, mal asunto si solo nos centramos en esos capullos que han cometido -al menos de momento- su última agresión.
Ni quiero. Ni tengo nada que contarle a ese que mató a su novia cuando ésta pretendía dejarlo por posesivo y violento. Ni a ese otro que, para no errar el tiro a su esposa, practicaba con su hija. Ni al que golpeó brutalmente a su mujer, o al que le pegó fuego en el jardín de la casa que compartían y -ni mucho menos- al mindundi que obligó a su mujer a tener relaciones sexuales, justo después de que le hubiesen practicado una cesárea. Pero, muy especialmente -permítanme que los incluya- a los que no quiero dirigirme, aunque sí tengo muchas cosas que decirles, son  a ese animal que secuestró y violó a un niño de seis años, y a esos padres que han dejado marcada interior y exteriormente a una pequeña de nueve meses.
            Ya ven, a pesar de tan dramática y abundante documentación, durante un montón de horas no he sido capaz de hilvanar tres frases seguidas que me dejaran satisfecho. Sino hubiese caído en la cuenta de que, en mi opinión, lo único que hacemos ante noticias de agresiones es; lamentarnos y sumar, probablemente no habría pasado de la segunda línea. Ha sido a causa de la impotencia y el miedo que me he decidido a terminar lo que ya se hacía inacabable. Sí, he sentido impotencia ante tantas agresiones, y miedo, mucho miedo ante las que, desgraciadamente, en los próximos días tendremos noticias. Son demasiados los que están a punto de alcanzar el triste honor de formar parte del club de los violentos. En algún lugar he leído que el mal tratador se hace. Pues bien, impidamos que se sigan formando más. Cómo. Pues que se apliquen las Leyes, que exista una vigilancia efectiva por parte de los servicios sociales, y se invierta, de verdad, en educación.
De cualquier forma, mientras nuestros lumbreras de responsables en la materia se deciden a  intervenir, no hagamos oídos sordos. No nos conformemos con mostrar nuestro horror una vez hemos conocido la agresión. Hasta llegar a ese punto siempre hay una serie de indicadores que nos alertan de lo que se puede estar cociendo. Tenemos  que empezar a creernos las amenazas. Hay que animar, facilitar y apoyar la denuncia de comportamientos violentos.
          No nos engañemos. Aquí nadie mata a la novia por discutir sobre la película que debían ver la tarde anterior. Ni se le pega fuego a un ser humano porque cocinó un potaje soso. Ni se le da un tiro a una niña porque la confunden con una lata de pepsi.  Estas cosas no pasan porque sí, tienen su proceso de gestación. Hay mucho desequilibrado suelto y demasiados que callamos y luego lamentamos. Dónde están -dónde estamos-, mientras dura el calvario de esas mujeres y niño/as. 
          Sí, les pregunto a ustedes y no a los agresores.  Los muy cabrones ya conocen la respuesta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario