Mi
viejo amigo Tamayo nos ha dejado. Afortunadamente hacía pocos meses que fui a
visitarlo. Tamayo fue marinero toda su vida. Era mayor que yo y además estaba
muy quemado por la vida tan dura que llevó. Aun así, no había quien lo doblara
bebiendo. Ron, wiski, ginebra, vino, aguarrás… daba igual, te sacaba cuatro
copas antes que encendieras tu segundo cigarrillo.
Pasamos un par de horas charlando de lo de
siempre. Me volvió a contar el castañeo de dientes que a diario tenía cuando se
tuvo que embarcar y recaló en un pesquero
por el mar del norte. Por el frio y por el miedo. Ni mili, ni poyas; ahí me
hice un hombre de verdad. Me decía. También tocó el tema de casualidades y el
destino, una temática que últimamente introducía. Le obsesionaba ese tipo de
cosas. Gente que se volvía a encontrar en los lugares más lejanos e
insospechados. Relojes que vendió y volvió a comprar en otra parte del mundo...
Pero, cómo no, me habló de su mujer y de lo felices que siempre fueron. Yo le
hablé de mis proyectos, pero mostró el mismo interés que la mosca que nos
acompañó aquella tarde. Cuando le dije que me marchaba, me retuvo; quería
enseñarme algo. Sin duda, importante. No era muy sociable.
De
la parte baja del mueble del salón sacó una botella. Ésta además de
microorganismos pegados, tenía un papel y un tapón de corcho dentro. La había
encontrado hacía un par de años. Poco después de que su mujer nos dejara.
Un
tanto excitado por la situación, extraje el papel de la botella y, con cuidado,
fui desdoblándolo. Me encontré con una carta redactada a mano y, sin duda, con
una pluma estilográfica. Con trazos largos y ondulados. Me recordaba la
escritura árabe. Comencé a leer:
Bergen.
Noruega.
Septiembre de 1975.
Septiembre de 1975.
Amada mía hace un par de días que
atracamos en el puerto de Bergen, en Noruega.. Después de cinco meses en alta
mar, no sabes lo bien que uno se siente al poder pisar suelo firme.
Tenemos noticias de que por allí
hay prevista otras ejecuciones. Dios quiera que estas sean las últimas que
firme ese dictador asesino. No sabes la tristeza que me produce. Si supieras
cuánto de atrasado estamos. Si algo de bueno me ha traído este exilio político,
ha sido conocer países en los que se vive en libertad. Países que progresan. Ojalá
pronto nos llegue esa libertad.
Chiquitilla -siempre me gustó
llamarte así-. Recuerdo el primer día que te vi, tu primera sonrisa, tus
pasos lentos cuando caminamos juntos por primera vez. Desde aquel
día, créeme, no ha pasado uno sin pensar en ti.
Con el tiempo empecé a conocerte. O
mejor dicho; a reconocerte. Sabes que siempre tuve la impresión de que, en
algún lugar o momento, cruzamos nuestras miradas de niños y
un pensamiento: me gusta. Eso aún nos queda por descubrirlo.
Aprendí tanto de ti. Eres tan
transparente, sincera, soñadora… No te imaginas lo bien que me siento cuando te
abrazo. Abrazarte, tú haces que esa palabra adquiera todo su sentido Ya, ya sé
que estás pensando que también tienes tu agua levante. Y es verdad. Quién no.
Chatilla -también me gusta llamarte
así-, tu forma de querer no pertenece a esta época. Es puro romanticismo lo que
tus poros derrochan. Si alguien puede decir que ha tocado el amor, ese soy yo.
Tú me lo das de una forma tan intensa y real que se vuelve material. Eso solo
lo pueden hacer muy pocas personas en este mundo. Tú eres una de ellas. No te
quepa duda. ¿Sabes una cosa que me admira de ti? Nunca vi una mueca de
desagrado en tu cara. Te he visto seria, enfadada, incluso dolida, triste...
Pero nunca has hecho una muestra de desagrado, de desprecio, de ignorancia...Yo
no soy así, ya me gustaría, pero prometo mejorar. Tengo tanto que mejorar.
Aquí son las 6,00 de la mañana.
Imagino que dentro de poco te levantarás y, como todos los días pensarás en mí.
Dónde estará mi chatillo, te dirás. Te asearas y saldrás en silencio hacia tu
trabajo. Seguro que enciendes un cigarrillo y bajarás esa cuesta a paso lento,
sorteando lugares que antes no te llamaban y ahora, cada día, exigen su pago.
Y, quizá, alguna sonrisa viéndote en otros momentos allí. Conmigo. Imaginando
que a la vuelta de la esquina estaré para darte los buenos días, besarte
fugazmente y rozar tu mano. Llegaré. Cualquier mañana me verás allí, y será
para llevarte conmigo. Y, juntos recorreremos ese camino.
No solo eres la mujer de mi vida.
Eres la mujer. Así, sin más. La que cualquier hombre desea tener a su lado. La
amante, amiga, confidente. No sé si alguna vez te lo dije. Pero ha sido un
privilegio que me ha dado la vida al conocerte. Ya sé que una sonrisa lo cura
todo. Que una mirada de amor, lo suaviza todo. Que un beso, nunca se volverá un
acto mecánico. Que un problema; siempre tiene solución. Que amar, no es querer;
es algo más.
En fin, esta carta tampoco la podré
echar al correo. Sigo siendo un perseguido y no puedo delatarme. Como otras, la
volveré a meter un una botella y la echaré a la mar. Recorrerá muchas millas y
seguro que alguien la encontrará. Que la lea. Que sepa que hay gente como tú. Pero,
sobre todo que sepa, que yo no me quedaré lo que me queda de vida embarcado y
huyendo de nada. Que volveré (quizá ya he vuelto), por ti.
Con todo mi amor.
Miré a mi amigo y le pregunté que qué tenía pensado hacer
con ella. Volver a tirarla a la mar, me dijo. Dicho esto, dio media vuelta y se
sentó en su sillón preferido mirando a una foto en la que se le veía en plena
faena un día de temporal fuerte, y que le había dedicado a su mujer.
Tamayo
ha dejado de estar entre nosotros. Lástima. He recordado esta conversación,
porque recientemente he vuelto a su casa. Sus hijos nos han citado allí a
algunos viejos amigos para cumplir un deseo de su padre: Brindar por él y por
la República. Les he preguntado si sabían algo de la botella que me enseñó. Ni
idea, me dijeron. Pero Jacinto, otro viejo amigo común y que aún tiene fuerzas
para salir a navegar con su cascarón, dice que hace un mes le pidió salir a la
mar, y tiró una botella, pero no dijo nada. Ni él preguntó.
Me
he acercado a la foto que le gustaba mirar. Con
todo mi amor, se podía leer escrito en una esquina de la foto. Una letra
con trazos largos y ondulados hechos con pluma estilográfica, y que me recordó
la escritura árabe. Y una fecha: Mar del
Norte. Noruega. 1975. Y recordé que me dijo que tenía pensado volver a
tirarla a la mar. Volver…
Las
casualidades Tamayo. Las casualidades.