viernes, 30 de octubre de 2015

REFLEXIONES SOBRE PARTICIPACIÓN CIUDADANA

REFLEXIONES SOBRE PARTICIPACIÓN CIUDADANA
POLÍTICA PARTICIPATIVA
Y
REGLAMENTO DE PARTICIPACIÓN EN LA CIUDAD DE MÁLAGA

Texto de la Conferencia:
Aprendiendo a Participar

El verbo aprender es de los más bonitos que hay en nuestra lengua. Implica actividad. Acción. Descubrir cosas nuevas. Enriquecerse personalmente. La vida, entre otras cosas, es un continuo aprendizaje del que nadie se puede desvincular. Si lo que debemos de aprender, es a participar, pues bienvenida sea esa instrucción.
La estructuración de estas III Jornadas, establece que se trata de hacer una exposición de ideas y opiniones, tomando como base el nuevo reglamento de participación ciudadana. Sin embargo, y como político les confieso que me interesan más los antecedentes que hacen necesaria una norma, que una explicación sobre lo redactado. Sería como si en lugar de conocer  los motivos, las necesidades y los procedimientos para la elaboración de una ley, habláramos únicamente sobre el articulado de la misma. El conocimiento de las motivaciones y circunstancias que hacen necesaria la implantación de una norma, es fundamental para la comprensión del texto redactado.
Será desde el ámbito de los técnicos donde se procederá a aplicar los procedimientos para poner en práctica esa normativa. Todo, una vez que la parte política ha matizado, consensuado y definido la redacción final de la norma.
Una redacción que se ha debido de enriquecer con las distintas aportaciones (personales, asociativas, profesionales, técnicas, legales, etc.). No olvidemos que un reglamento de participación, regula las relaciones que se establecerán entre: ciudadanos, colectivos y los gobernantes. Ni unos ni otros, tienen la consideración de técnicos.
La entrada en vigor de la ley 57/2003, de 16 de diciembre, de Medidas de Modernización del Gobierno Local, ha supuesto un replanteo sobre el derecho de la participación. Esta ley no ha significado, salvo en el tema de la participación ciudadana, ningún añadido considerable. Si bien es verdad, que la detallada regulación y ampliación de la participación ciudadana en los asuntos locales -especialmente en las grandes ciudades-, sí supone, de hecho, un nuevo papel del ciudadano ante el poder local. Pero no por la aparición de nuevos derechos, sino por la configuración de un derecho de participación más activo, con nuevos perfiles y nuevos contenidos, lo que supone la revitalización del principio de participación ciudadana.
Ya con anterioridad a esta ley existían mecanismos y formas de participación:
ü  La consulta  popular.
ü  La asistencia a las sesiones plenarias.
ü  Al derecho de exponer en el Pleno.
ü   Etc.
Aunque la creciente preocupación por la participación ciudadana, ha llevado a los responsables políticos a utilizar nuevos mecanismos para fortalecer la referida participación, como han sido los de planes de actuación y formación, o los presupuestos participativos.
Quizá para algún equipo de gobierno -ante la entrada en vigor de esta ley-, las preguntas claves a resolver en materia de participación, serían:
ü  Cómo se realiza esta participación.
ü  A quién se le da protagonismo en los procesos participativos.
ü   En qué fase de los procedimientos interviene el ciudadano o colectivo.
ü   O, sobre qué materias.
Desde luego para otros, contestar a estas preguntas no tiene ninguna dificultad, ya que se tiene la convicción, de que la participación tiene que ser directa entre los ciudadanos, los colectivos y los gobernantes. Con unas cuotas de protagonismo directamente relacionadas con el grado de implicación y la responsabilidad de cada uno de los sectores. Por supuesto, que dicha participación se ha de hacer efectiva desde el mismo inicio del procedimiento, y sin que existan materias tabúes para ello, excepto aquellas cuestiones que por ley sean consideradas  secretas o de seguridad nacional.
Esta forma de entender el proceso participativo no significa, en modo alguno, realizar dejación de funciones de los cargos electos, ni de eludir responsabilidades políticas. Un proceso participativo pretende enriquecerse, desde distintos puntos de vista, sobre una cuestión determinada. La toma de decisiones, y por tanto las responsabilidades derivadas de las mismas, siempre recaerá en el ámbito de lo político.
Como bien saben, en nuestra ciudad ya disponíamos de un reglamento de Participación Ciudadana (Por cierto, que finiquitamos aquel reglamento con un grado de incumplimiento sonrojante. Casi uno de cada tres artículos de aquel reglamento fue incumplido sistemáticamente en los Distritos).
Entre los instrumentos de participación que establece esta nueva ley, que seguro vamos a oír hablar de todos ellos en la jornada de hoy, se instaura para las grandes ciudades, el de la regulación, por reglamento orgánico, de los procedimientos de participación ciudadana.
Sin embargo, tener elaborado un Reglamento no es garantía, en absoluto, de que nuestra comunidad sea participativa, ni que nuestros gobernantes tengan en consideración esa participación. Aunque sí es cierto que, cada día más, los gobiernos locales están interesados en la creación de un “espacio municipal del ciudadano”.
La asunción de nuevas competencias, requieren de nuevos modelos organizativos que implican cambios en los gobiernos locales. Cambios en los hábitos de actuación motivados por una mayor demanda de participación, y que van situando a los ayuntamientos, más en la línea de gestores e impulsores de los servicios, que de aquellos situados en el centro administrador y burocrático del municipio. Es decir, en la línea de ayuntamientos al servicio del ciudadano, en lugar del recaudador y alejado de la realidad de la calle.
Pero mientras se van consolidando esos espacios ciudadanos, estamos asistiendo a una moda que se está convirtiendo en el tema favorito de muchos políticos: hablar de Participación Ciudadana.
De una forma un tanto frívola, se enarbola la bandera de la participación a cada instante. Seguro que tod@s tenemos dudas de que el proceso participativo, tal y como se podría desprender de informaciones más o menos interesadas, esté presente en toda actuación ejercida por los responsables políticos. En realidad, los procesos participativos de importancia se dan, hoy por hoy, en muy contadas ocasiones.
Ya sabemos que el primer paso para resolver un problema, es reconocer que existe. No creo estar realizando una crítica sin fundamento, si digo que nos queda mucho camino por andar en el tema de la participación ciudadana. Es lógico que así sea y no hay nada malo en reconocerlo. Aunque el camino, se hará más o menos tortuoso dependiendo del grado de implicación y compromiso que tengamos los políticos.
El tema de la participación es una cuestión tremendamente compleja. Para llegar a una fase en la que los ciudadanos se sientan partícipes de primera fila en una gestión, hace falta tener en consideración múltiples variables.
Siempre hecho en falta, cuando se hablan de estos temas de participación, las referencias a que la acción participativa se realiza por personas y colectivos que no son, ni técnicos como ya dijimos anteriormente, ni profesionales de la gestión. Son colectivos que voluntariamente se implican en actuaciones con el ánimo de mejorar la gestión, aportando su visión y conocimiento sobre algunos aspectos que les afectan de forma más o menos directa.
Esto que es una realidad palpable, resulta que queda en un segundo o tercer plano la mayoría de las veces. Por ejemplo, el horario de las convocatorias de los órganos de participación, determinará una mayor o menor asistencia de personas o colectivos.
Nuestra forma de vida nos obliga a estar sometidos a horarios laborales, y el tiempo libre es escaso y muy delimitado. Por tanto, hay que tenerlos en cuenta a la hora de plantearse convocatorias ciudadanas, ya sean realizadas éstas por la administración o por una organización ciudadana. La calidad de los espacios de reunión o formativos, y el día de la semana, junto a otros aspectos, influirán sobre el número de asistentes.
   Por tanto, como ven, y ante la cantidad de variables que influyen, la participación ciudadana no es un asunto que se vaya a consolidar en nuestra sociedad -como una forma natural de actuación-, porque dispongamos de normativas más o menos amplias.
Por supuesto que tiene que haber leyes, normas y reglamentos que la regulen, y que permitirán a las autoridades de todos los niveles (estatal, autonómico y local), utilizar un largo abanico de instrumentos de participación, pero todo esto de poco servirá si no hacemos una labor grande de concienciación ciudadana. De promoción de la participación.
En definitiva, hay que instalar una “política de participación”. El designarlas como política, la estamos elevando de rango, ya que implica la intervención del gobierno, del legislador nacional y de las autoridades regionales y locales, porque son estas últimas autoridades las que están directamente afectadas, y algunas medidas son de su competencia. Hay que incorporar a estas autoridades dentro de la definición de lo que sería esa “política de participación”.
Me gustaría, en este tiempo que me queda por compartir con ustedes, ofrecer algunas reflexiones sobre:
ü  Qué es la Participación Ciudadana.
ü  Cual es la importancia de la Participación.
ü  Qué tipo de Participación tenemos, si real o teórica.
ü  Y, en último lugar, cuáles serían las nuevas formas de participación que demanda esta sociedad nuestra.
Respecto de la primera pregunta: Qué es la Participación Ciudadana, habría que decir que ésta es un derecho que se ejercerá o no, desde la libertad de elección de las personas. “Es la que permite, como dice el Comité de Ministros del Consejo de Europa, hacer el contrapeso adecuado en la balanza del poder político, son los mismos ciudadanos quienes tienen la capacidad de hacerse oír y de saber lo que se hace por ellos y para ellos”.
Pero lamentablemente, las personas y colectivos asociativos también pueden verse privadas de ese derecho, de una forma manifiesta (en lo que supondría sin ningún tipo de dudas estar inmersos en un régimen antidemocrático), o sutil, que en mi opinión, es la forma más deplorable de usar a las personas respecto de la participación ciudadana.
Ya saben, aquello de:
ü  Ofrecer información en lugar de participación (te informo, luego participas). La información será inicio y cierre del ciclo. Pero nunca una única información se podrá considerar como final de proceso alguno.
ü  No tener en cuenta nada de lo que se aporta desde las personas o los colectivos en los foros participativos (di lo que quieras que yo haré lo que me apetezca).
ü  Tener la actuación prácticamente decidida antes de contar con las aportaciones ciudadanas directas o indirectas. Y por consiguiente, dejar muy devaluadas éstas últimas.
ü  Etc.
Usar de forma ambigua los procesos participativos, es tan despreciable como impedirlos.
Para gobernar, tal y como dice la Federación Española de Municipios y Provincias, hay que introducir cambios en los procesos de toma de decisiones. Cambios para aumentar el grado de responsabilidad, democracia y transparencia de la acción del gobierno local. El mejor camino para saber cuáles son las necesidades ciudadanas, e incluso, poderse anticipar a ellas, es incorporar las instituciones ciudadanas en la toma de decisiones”
  Hay muchas más declaraciones de este tipo. Hasta el sentido común nos indica que es mucho mejor, para la sociedad y las personas en general, fomentar la participación que obstaculizarla. Sin embargo, a pesar de esta obviedad, aún hay quien se empeña en no entenderlo así.
Incluso desde foros muy implicados en el fomento de la Participación se pueden leer curiosidades como que: “Se requieren gobiernos con capacidad de liderazgo y de ilusionar a la ciudadanía. Se necesitan ciudadanos y ciudadanas capacitados y entrenados para intervenir en los asuntos públicos...”
Vaya por delante que comparto totalmente esta aseveración. Sin embargo, exigimos ciudadanos y ciudadanas capacitados y entrenados, mientras que esos mismos valores -fundamentales para ejercer la intervención en los asuntos públicos-, no nos los exigimos a nosotros mismos, los políticos.
Es cierto que el mismo documento dice que hacen falta políticos (gobiernos) con capacidad de liderazgo y de ilusionar ¿Me podrían decir, qué haríamos con un fantástico líder ilusionante, pero sin la mínima capacidad, ni habilidad para intervenir en los asuntos públicos?
"La Participación Ciudadana es la culminación del proceso del conocimiento y la incorporación, en su caso, de las aportaciones ciudadanas y colectivos asociados -derivadas tras un proceso de información, reflexión y diálogo-, en las decisiones que han de emanar de las estructuras de gobierno”.
Decía Groucho Marx que: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnostico falso y aplicar después los remedios equivocados”.
Desde luego, no estoy de acuerdo con esa definición que dijo el ingenioso Groucho. Sin embargo, reconozcamos que algunos políticos parecen seguir esa consigna a pies juntillas. Aunque eso sólo significa, como diría un castizo, que “hay gente pa to”. Y precisamente porque hay gente de todo tipo, es por lo que tenemos que estar vigilantes los ciudadanos y las ciudadanas. De ahí la importancia de la participación. Ejerciendo, en este caso, las funciones de control de las actuaciones políticas.
Imaginen que tenemos a unos dirigentes que  nos buscan problemas, que los hacen realidad, que no hacen una correcta evaluación, y que, al intentar solucionarlos, se vuelven a equivocar.
En tal caso, lo mejor que podemos hacer es ir planteándonos no volver a designarlos más como nuestros representantes. Pero claro, las legislaturas en nuestro país son de cuatro años ¿Qué ocurre si este diagnóstico ya se da desde los inicios de su gobierno?  Entonces únicamente nos queda por hacer una cosa responsable:
ü  Implicarnos en la gestión para que no nos busquen más problemas.
ü  Ayudar a evitarlos o detectarlos a tiempo.
ü   Y, colaborar en la búsqueda de remedios efectivos que los solucionen.
Digo que nos queda por hacer una cosa responsable, aunque también podría decir que podemos “pasar” de esos políticos y esperar a que terminen su legislatura; pero eso no sería responsable. Quizá comprensible, pero desde luego, nunca responsable.
Implicarse en los procesos participativos es fundamental para el avance de una sociedad. Además de  estar ejerciendo un derecho, nos estamos ganando otros:
ü  El de poder dar fe de los acuerdos tomados en relación a temas concretos
ü   El de ser partícipes de primer orden.
ü   Etc.
En definitiva, participando nos ganamos el derecho de  poder decir: “ya avisé, o avisamos, de que eso no funcionaría tal y como estaba diseñado”
El pasado 2 de junio estrenamos un nuevo Reglamento de Participación Ciudadana, y eso está bien. Está muy bien que quede constancia por escrito sobre lo que se pretende llevar a cabo desde un Ayuntamiento. Claro que esta cuestión estará muy bien siempre que haya una voluntad manifiesta de llevar a la práctica todo aquello que se ha escrito. Huelga decir que, en caso contrario, tener un Reglamento, ya pueda estar éste redactado a lápiz o con letras de oro, no vale para nada si no se cree en él. A veces la diferencia entre una participación real o teórica no están tan alejadas.
Pero insisto, una vez que la voluntad política es la de adquirir un compromiso con la ciudadanía, no está nada mal que éste quede plasmado en negro sobre blanco.
Una vez realizado este proceso y publicado en donde legalmente proceda (en este caso en el BOP), pasará a ser una “ley municipal”, y como tal, de obligado cumplimiento. Claro que, en este caso, una ley en minúscula, ya que si se incumple no pasa nada, al menos nada sancionador. Mientras que, por ejemplo, en la mencionada ley 57/2003, en sus artículos 139, 140 y 141, sí que  establecen un régimen sancionador para las conductas cívicas de las personas en la vía pública. Pero, de sanción a las administraciones por incumplir articulados de un Reglamento de Participación Ciudadana, del que se han de dotar, no dice nada de nada.
Sin embargo, sí que pasa. Y pasa que ese Reglamento, ante los incumplimientos que se puedan hacer de sus estipulaciones, pierde credibilidad. Pierde consistencia. Sería como aquellos padres que siempre les dicen a sus hijos que los van a llevar al circo y nunca lo hacen. Al final esos padres perderán credibilidad ante sus hijos, y, lo que es tremendamente más grave, estarán formando a seres en un ambiente en que se les da a entender que la palabra dada, que los compromisos adquiridos; ni obligan, ni valen para nada más, que para ser usados a modo de chantaje. Les prometen que los llevarán al circo para que hagan tal o cual cosa, pero no tienen voluntad de cumplirlo.
La elaboración y entrada en vigor de un Reglamento de Participación Ciudadana, no se puede convertir en esa promesa del circo que, desde el ámbito político, no se piensa cumplir. Esas cuestiones, al final, hacen de l@s ciudadan@s implicados en la participación, unas personas recelosas de la clase política. Por el contrario sirven de justificación para aquell@s que propugnan que participar no vale para nada, que al final nadie les hace caso. Tod@s sabemos que esto no es así; lo democrático y deseable es tener una sociedad participativa. Y esto únicamente se consigue, si todos nos convencemos de que somos las piezas necesarias del engranaje.
Y por encima de todo lo expresado está la toma en consideración de aquello que se ha aportado por l@s ciudadan@s. Es decir, prestar atención a lo que proponen los vecin@s. Porque seamos sinceros: Un Reglamento de Participación Ciudadana es, además de una declaración de intenciones y el establecimiento de unas reglas y normas de funcionamiento, la concreción, estructuración y secuenciación de unos procedimientos y órganos de participación. Sin que ello implique, en absoluto, la obligatoriedad de llevar a cabo lo sugerido en el seno de esos órganos de participación. 
Por tanto, podremos in concluyendo que un Reglamento de Participación Ciudadana, además de por la literalidad, tiene que ir acompañado de una voluntad política de cumplimiento de lo estipulado, y de la toma en consideración de aquello que haya sido sugerido dentro de  las estructuras de participación, siempre que éstas sean de competencia municipal, de que existan, en su caso, recursos suficientes y proyecto de ciudad que las acoja, y que no supongan una discriminación entre los ciudadanos o los barrios.
Todo lo que se diga desde el ámbito político, ya sea de palabra o por escrito, se configura como de obligado cumplimiento. 
Recientemente, en nuestra ciudad hemos tenido ejemplos de disponer de una participación más teórica que real. La puesta en práctica de unos presupuestos participativos (que ante la evidencia de que no eran tales, terminaron llamándose “experiencia piloto”), ha sido una actuación que puede presumir de que ningún colectivo ni persona ha participado en el diseño de los mismos. Pero no han participado porque no han sido llamados para ello. La única aportación ciudadana se ha realizado a través de cumplimentar unos folletos y sobre unos conceptos previamente estipulados.
 En esta experiencia se ha decidido, sin la participación ciudadana, e incumpliendo un par de artículos del actual Reglamento de Participación Ciudadana, una cantidad de dinero. Igualmente, sin la participación ciudadana, se estableció un fijo a cada distrito municipal. Luego, sin participación alguna, se decidió incorporar un baremo para repartir el resto del dinero que les tocaría a cada distrito. Finalmente se crearon unas comisiones de evaluación y estudio, en las que, por supuesto, no están presentes ni colectivos ni personas.
Lo paradójico será comprobar como, fuera de los límites de nuestra ciudad, se podrá vender que en Málaga hay una experiencia piloto (asumamos que es una experiencia finalmente), sobre los presupuestos participativos. Cuando la realidad es que no ha existido participación alguna que valide la calificación de participativos. Todo, a pesar de que ya en 1996, en el transcurso de una Asamblea de Ciudades y Autoridades Locales celebrada en Estambul, Las Naciones Unidas, calificara como “una buena práctica de gestión urbana” la articulación de los presupuestos participativos en el ámbito local.
Como última consideración, responder a cuáles serían las nuevas formas de participación que demanda esta sociedad
Nuestra sociedad se configura cada día más poliédrica. Pasamos de ser individualistas a sociales, de insolidarios a hermanos, de pasotas a comprometidos, o de intolerantes a comprensivos, y viceversa, con una facilidad pasmosa. Pero es la que tenemos, y ejerce su capacidad de adaptación en el mismo instante en que estos cambios se producen. Difícilmente se podría configurar de otra forma dentro del proceso de globalización que hoy todo lo preside.
Lo que hace apenas unos decenios era una información que tenía cierta vocación de permanencia en un tiempo razonable, hoy en día puede perder actualidad en apenas unos segundos. La capacidad de análisis y procesamiento de estos cambios nos afectan en nuestro quehacer diario.
Precisamente esta realidad de lo inmediato aporta más valor al movimiento asociativo y a la reflexión ciudadana, dado que mantener un sistema deliberativo de las cuestiones, aporta una visión reflexiva de la que hasta los propios políticos a veces carecemos.
Hay quien dice que hacer política significa decidir sobre dos malas soluciones. Quizás practicar la reflexión y la deliberación con distintos agentes, nos libere de esta carga.
Desde esta perspectiva es la que hay que abordar las nuevas formas de participación que demandan nuestra sociedad. La observación -actuación plenamente aceptada como método científico de investigación-, deberá ser, por parte de los responsables políticos, la herramienta fundamental para detectar los cambios que se van produciendo a nuestro alrededor.
La sociedad envía mensajes continuamente en los que manifiesta su parecer sobre determinadas cuestiones. No me refiero a que mediante discursos, escritos, u otro tipo de comunicación explícita, la sociedad nos haga llegar lo que le agrada, disgusta o demanda.
Como en cualquier proceso comunicativo, existen muchas formas de enviar mensajes. Dependerá de los códigos empleados, que emisor y receptor lleguen a entenderse plenamente. Prestar atención, prestar oído, puede ser una actuación determinante para detectar el mensaje.
Una de las grandes lecciones que me han dado en política    -aparte de la constatación diaria de la honestidad y capacidad de trabajo de la gran mayoría de los cargos electos que conozco-, me la dio un vendedor de un producto comercial.
            Ustedes saben, que los colectivos de una misma temática suelen realizar jornadas formativas en las que se pretenden encontrar, o dar a conocer, nuevas fórmulas de progreso en sus actividades. Los políticos hacemos lo mismo. De vez en cuando organizamos jornadas para ir formándonos en esta difícil tarea del servicio público. Pues bien, estaba yo en unas jornadas de esas, cuando al cabo de más de 2 horas, abandoné la sala de conferencias para ir al baño.
Como suele ocurrir, éste estaba al fondo -sólo que en lugar de a la derecha, en aquél espacio era a la izquierda. Pero el pasillo era largo eh?  Al volver, me fijé en que en un espacio que estaba más allá del que nosotros estábamos ocupando, había movimiento de personas y un gran cartel que anunciaba algo sobre el producto en cuestión.
El caso es que, a esas jornadas a las que yo asistía, y en las casi 3 horas en las que ya llevaba, no había sacado gran cosa en claro; no digo que las jornadas fuesen malas, pero yo no había obtenido nada interesante. Total, ante este panorama decidí curiosear a ver qué era aquello que con gran énfasis proclamaba, micrófono en mano, aquel vendedor. Y, tal como me temía, era una reunión en la que se buscaban distribuidores de aquel producto.
Una vez que comprobé el motivo de aquella reunión, me disponía a volver a mi sala de reuniones, cuando oigo al señor que dirigía todo aquello decir: “Pero tener muy presente lo que os digo (ahí me picó un poco más la curiosidad y aguanté en la puerta para conocer aquello que ya me intrigaba): ¿Qué creéis que la gente recordará de nosotros? (Evidentemente se refería a lo que recordaría el cliente del vendedor o vendedora) Y él mismo se contestaba: “La gente no recordará lo que le decíamos cuando estábamos con ella”. “La gente tampoco recordará lo que nosotros hacíamos mientras estábamos con ella”. “Lo que la gente recordará, es cómo se sentía cuando estaba con nosotros”.
Desde luego las cosas se pueden decir a más alto, pero no más claras. Así que me dirigí a la sala en la que llevaba toda la mañana intentando aprender algo, recogí mis cosas y me fui a otros menesteres. Ese vendedor, que por su forma de dirigir aquella reunión, parecía más un predicador que un comercial, me había dado la gran lección política del día.
Ya ven, me bastó un poco de curiosidad y actitud de oír o que alguien decía, para sacar provecho de unas jornadas que se estaban poniendo algo duras de digerir.
Si este tipo de estrategias, desde los poderes públicos las ponemos en valor, lograremos detectar las nuevas necesidades de participación que nos demandará la sociedad.
Por supuesto que otra forma de detectarla, a la que sin duda hay que atender, es a la convocatoria de personas y colectivos para abrir el debate sobre esas nuevas formas que la calle está demandando.
Por tanto, permítanme que no me arriesgue a decir cuales serían esas nuevas formas de participación que demanda la sociedad. De atreverme ha hacerlo, el proceso que yo habría empleado en este mismo instante, sería de cualquier tipo, menos participativo.
Muchas gracias por su atención, y les emplazo a que, entre tod@s, busquemos cuales son esas nuevas formas de participación que se consideran deben de ponerse en funcionamiento.









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