miércoles, 11 de junio de 2025

EL ALETEO DEL GURRIPATO

     En mi casa -como cada primavera-, suelen caer al patio o el jardín algún gurripato (según la RAE, habría que decir "gurriato", que es el pollo del gorrión; pero por aquí, siempre se ha dicho gurripato); Así que nada. 

    Pues eso, que hoy ha sido el primer día que he descubierto el ocupa entrañable de este año. A veces, hasta me gusta pensar que su madre o padre, fueron uno de esos que consiguieron alzar el vuelo desde mi casa el año anterior. Quién sabe. 

    Y como cada año, no les hago caso. Ni me acerco para no asustarlos. Aunque antes de que yo los vea, ya oigo los avisos tan peculiares que les envían sus padres, de que ese tio grande y feo  anda cerca de ellos. Y hoy no ha sido una excepción. Lo ví y ni caso. Pero en un momento dado quise salir al jardín a sentarme un rato a leer. Separado de él. Y lo hice.

     El polluelo no sabía dónde se iba a meter. Asustado. Sin embargo, en un aleteo desesperado y digno de reconocimiento, logró subierse a la piedra vierteaguas del alféizar de la ventana. Desde allí me lanzaba miradas desafiantes. Como diciedo: "Anda, píllame ahora". Yo, a cada mirada suya ponía cara de lelo para generarle confianza y no cometiese el error de tirarse a otro intento de vuelo que le resultaría doloroso (al menos eso suponía yo). Pero el proyecto de gorrión había cogido fuerzas y se paseaba de un lado a otro. De derecha a izquierda y viceversa. Decididamente lo vi envalentonado. Ya no sólo me miraba a mí, sino que alzaba su vista más allá del muro. Incluso hizo algunos intentos de elevarse. Todos fallidos, pero ahí seguía desafiándome. No se me ocurría otra cosa que intentar, telepáticamente, decirle que no lo hiciera, que en cuanto él cambiara de sitio, yo me largaba a la casa. Que se moviera tranquilamente a otro lugar para yo poder pasar sin que le resultara una agresión.

    Pero, las cosas no salieron bien. En la calle una caravana de coches, de esas que se forman cuando salen los críos de colegio, se ponía en marcha. El gurripato debió pensar que ese ruido era algo que lo estaba jaleando para que se lanzara. Y se lanzó. Y, por muy poco, pasó el muro. Y cayó, con toda seguridad a la calzada, y, -por lo que oí de algún transeunte-, ahí terminó el currículum vitae -en su significado latino"-, carrera de vida", del imberbe volador.

    Y esta situación me ha hecho pensar en cuántas veces nos sentimos seguros en un entorno inseguro y  nos hemos sentido inseguros en un entorno seguro. Y, como el gurripato, luchamos por salir de él, sin saber qué lo que nos espera detrás del muro puede ser peor que lo que tenemos. 

    No quiero decir que tengamos que vivir tras un muro para sentirnos seguros de nada; Eso no es vida. Pero sí digo que tenemos que levantar un muro contra las mentiras, las dobles moralidades, las pieles de cordero que disfrazan al lobo, las consignas de haz lo que te diga pero no lo que yo haga, la violencia en cualquiera de sus formas, la intolerancia, la antidemocracia, los defraudadores, los insultos... 

    En mi opinión, tras nuestro muro, debemos saber analizar la situación. Ser sinceros con nosotros mismos y admitir la realidad por mucho que no coincida con nuestro deseo. No debemos sentirnos inseguros ni apocados por el ruido que se proyecta dentro. A pesar de eso, es nuestro entorno seguro. Sólo así, iremos cogiendo fuerzas para alzar un vuelo libre, sin miedos, sin consignas.

    Sólo así dejaremos de ser gurripatos asustados.


    

lunes, 17 de marzo de 2025

El Secreto de la Vida

        Seguro que ya habéis leído eso de que "El secreto de la vida es que la vaca no da leche". Ya saben, el padre que le dice a sus hijos que cuando vayan cumpliendo 12 ó 14 años (según versiones); les irá contando el secreto de la vida, pero no se lo podrán decir a sus hermanos pequeños hasta que no lleguen a la edad estipulada. Y al final, lo que el padre les dice es: "El secreto de la vida, es que la vaca no da leche". Plof. 

        Ya, ya sé que es una metáfora, pero tener a unos crios esperando a su decimocuarto cumpleaños para decirles eso; es una putada.

        Mi padre nunca me dijo cual era el secreto de la vida, y se lo agradezco, porque si se llega a destapar diciéndome eso; ahora tendría un trauma infantil, o una mala impresión de sus facultades. Sin embargo, a los 13 años, sí que me dijo: "Hoy nos levantamos de madrugada, sobre las 3,30h.. para ver la llegada del hombre a la luna", y ahí estuvimos los dos; oyendo a Jesús Hermida y viendo a Neil Amstrong, dando saltitos por la luna. Tambien recuerdo, por los mismos años y anteriores, como me invitaba a oir las emisoras clandestinas que, por la época, se sintonizaban en España (no sin ciertos problemas de audición). Recuerdo como, a bajo volumen y con poca luz en el salón, oíamos los mensajes, consignas, noticias, y párrafadas indescifrables que salian del sintonizador. 

        Radio España Independiente. Cubillos y su Canarias libre. MAPIAC, Radio Pirenaica...En fin, emisoras que algunos días se lograban sintonizar y otros no. Y, por supuesto, evoco esas madrugadas en las que me desvelaba el ruido que hacía el correaje de policía local, al ponerselo para irse a las calles de Málaga (hiciese el tiempo que hiciese), y poner un poco de orden en un tráfico algo más fluido que el que tenemos hoy. Pero no, mi padre nunca me dijo el secreto de la vida. La vaca no da leche.

        Y mi madre tampoco. Pero sí recuerdo como tenía que correr más que el tío de los bollos, para que, a las 3 de la tarde estuvise sentada en la taquilla del cine Duque, con dos hijos pequeños ya comidos y arreglados, para iniciar la venta de entradas, en las que los niños pagaban un precio, las mujeres otro, los hombres algo más y los soldados, curas, militares y policía; entraban gratis. Y enfrentarse -con los estudios primarios-, a un puñado de monedas mugrientas y una voz que decía: "Señorita, cinco de niños, tres de mujeres y dos de hombres". Y en menos de 10 segundos hacer la cuenta mental y contar las gordas, perragordas, dos reales y pesetillas que ya estaban asentadas sobre el frío marmol de la taquilla antes de entregar las entradas solicitadas. Si faltaba dinero; ella lo tenía que poner al cuadrar la caja por la noche. La vaca no da leche. 

        O como me decía, una y mil veces, que: "Nadie da duros a 4 pesetas". O la lección que me dió el día que llegó a la  taquilla y vio como el dueño del cine le había puesto un candado al disco de marcar de un teléfono negro colgado en la pared; le sobraron 30 segundos para cogerlo, retorcerlo y romper el dial. Candados a mi -dijo-. Eso era orgullo y lo demás son tonterías.

        Ya ven, mis padres no me dijeron cual era el secreto de la vida: Me lo mostraban día a día con sus actitudes. La leche no nos la daba la vaca. Era la COLEMA, y se compraba en la tienda de la esquina.

        Y ahora hágase un favor. Si tiene la tentación de contarle a sus hijos/as, el secreto de la vida, no les vayan a decir, en plena adolescencia, que la vaca no da leche. Igual, ni saben qué es una vaca.

jueves, 19 de diciembre de 2024

Persiguiendo mis fantasmas

                Quién me lo iba a decir. A mi edad y persiguiendo mis fantasmas. Y no es broma, hago cosas que antes no hacía: Recorro la casa como si me fuese a encontrar a alguien (ni idea de a quién), en alguna habitación, el salón o la cocina. Y todo de forma inconsciente, pero lo hago. Realmente me moriría de miedo si llego a visualizar algo que no sea el vacío y el silencio. 

                De hecho, con el nuevo router de la compañía telefónica, la otra noche me llevé un susto de la leche. Resulta que éste tiene una luces distintas a los de las otras compañías que también me engañaban y, claro, al no estar acostumbrado, cuando apagué la televisión y me dispuse a ir a la cama, se proyectó una sombra sobre la pared que, uf, me dejó acojonado; era la mía. Ahora ya estoy acostumbrado a verla. Cuando apago la tele no me asusto. Soy un tipo valiente. 

                Pero les decía que persigo a mis fantasmas. Y digo que son "mis fantasmas", porque supongo que cada uno de nosotros tenemos los nuestros. Realmente los que me hayan sido asignados o tocado en suerte -vete tù a saber-, de momento, se muestran esquivos. Yo se lo agradezco y espero que no cambien de parecer o de apariencia. 

                   Lógicamente, como en toda casa se oyen ruidos que pueden parecer extraños, pero siempre tienen explicación: La nevera que descongela y suena, la botella de agua que quedó algo arrugada, se infla y hace ruído, la cisterna que le da por unirse a la orquesta... Nada extraño. Aunque, a veces, la cosa mosquea más de la cuenta.

                Anoche, por ejemplo, estaba en el baño cepillándome los dientes cuando de forma más o menos clara, oí una voz que parecía una disputa familiar; además con palabras malsonantes y todo; pero no pude saber de dónde venía esa voz de mujer. Supongo que si era una de mis fantasmas; estaba realmente molesta con la cisterna o con algo que no funcionaba en su casa (o en la mía).

                En fin, no quiero dramatizar pero mientras esté persiguiendo a mis fantasmas en esta línea, todo va bien. El día que me los encuentre, la  cosa pintará de otra manera. Así que de aquí en adelante seguiré un estricto itinerario y calendario de las cosas que tengo que hacer, y me dejaré de deambular por las habitaciones sin saber muy bien lo que busco o por qué he ido allí. 

                Ahora que me dispongo a terminar de escribir, no me atrevo a mirar hacia atrás, siento como si hubiese un montón de gente mirando por encima de mi hombro lo que escribo. Cuestión que me lleva a la conclusión de que mis fantasmas no están merodeandome. Se supone que saben de sobra que aquello que escriba no tiene el menor interés. Así que tranquilidad.

                Sigo estando solo.

miércoles, 21 de agosto de 2024

El vestido tonos pastel

 

        Se disponía a afrontar un día más.  Enfrentarse a esa terrible realidad  de estar frente a alguien que ya no te reconoce. Cinco años ya. Cinco desde que se fue a ninguna parte. Un lustro sin escuchar tu nombre de sus labios. Toda una eternidad sin besarlos, sin pasarle los dedos por la comisura. Cinco años.  Toda una vida de ausencias estando presente.

        Y, como cada día, se puso sus mejores galas para ir a visitarla. Llegaría a la hora acordada con la residencia. Ni un minuto más, ni un minuto menos. A las 13h. En punto.

        Y allí estaba ella, jugando con las tapas de un libro que ya no acabaría de leer nunca, y sin embargo empezaba cada día.  Sus miradas se encontraron y él creyó ver el reflejo de una sonrisa, pero solo fue eso; un desolador espejismo. Se sentó a su lado y le preguntó si le permitía invitarla a un café. Y ella respondió, como cada día, que por favor la dejase sola. Que era una señora y seguramente esperaba a alguien. Aún así, le llevó su café preferido y ésta se lo agradeció con un casi imperceptible movimiento de cabeza. Él le contó de sus hijos y nietos y ella le respondió que no sabía de qué le hablaba. La foto familiar que furtivamente había dejado en su regazo la hizo titubear un poco,  pero la metió entre las hoja del libro sin hacerle más caso. Estaba tan bella que su ausencia quedaba compensada ante tal visión.

        Ese vestido tonos pastel  le sentaban de maravilla. Y después de dos horas de conversacion sin decir palabra; La besó en la frente y se marchó. Creyó oír que ella dijo: Adiós cariño. Pero no. Eso no ocurriría nunca más. 

        De vuelta, en el autobús, de repente oyó un estruendo y una luz le cegó. De pronto se vio en una cama junto a esa mujer que, ruidosamente, levantaba la persiana y le anunciaba la hora de desayunar. Que ya estaba bien de tanto dormir. Continuaba hablando y hablando, pero él no entendía nada. Qué hacía allí rodeado de gente? Porqué le decían que tenía que arreglarse. Que, como cada día, vendría su mujer y algún nieto a verlo. ¿Mujer? ¿Nieto? 

        Alzó la vista y allí estaba ella. Ni idea de quien era. Muy bella y vestida con tonos pastel. Le favorecía mucho, pero andaría despistada, porque él seguía sin saber quién era. Pasado un incómodo e interminable espacio de tiempo;  porque no sabía de qué le hablaban, ella se levantó y, con un atrevido beso en su frente, se despidió con un; Hasta mañana cariño.

        Y él volvió a coger ese libro que intuía haber leído alguna vez. Entre sus hojas encontró una foto. Era una familia y allí estaba ella. Bellísima. Qué suerte tendrá ese hombre que la tome de la mano.

         Durante una fracción de un tiempo imposible de medir, creyó recordar un sueño que, habría tenido alguna vez, y en el que esa mujer aparecía. Ni idea de porqué. Se quedó mirando su soledad por la ventana y deseando que la noche y el cansancio hicieran mella en él. Quizá esta noche, en la profundidad de un sueño maravilloso que no recordaría con claridad, volvería a acicalarse para ir a ver a alguien que no lo reconocia, pero que su corazón le decía que amaba profundamente.

        Quizá


                                                                                                    Luis Navajas

                                                                                                    Agosto 2024

jueves, 2 de febrero de 2023

LAS VOCES

    Se pasó la amargura por el forro de su único, roto y viejo pantalón. Un día se lo mandaron todo al garete y tuvo que buscar cartones de buena calidad para hacerse una cama allá donde pudiese instalarla. Caminaba por un mundo en el que las cosas son lo que parecen; Una mierda. 

    Estaba harto de una existencia llena de competencia, sinvergüenzas, deslealtades, traicioneros y otros cuantos adjetivos más. Lo había perdido todo. Aunque él no perdió nada; Se lo habían robado. Y cuando digo todo, es todo. Imagine, de la noche a la mañana quedarse sin nada, de lo que nada tenía, y seguir siendo un tieso. Ahora, su única preocupación era dónde instalar esa pila de cartones que arrastraba atados a una cuerda que alguien había reemplazado en su tendedero y dejado en la acera, para poder echarse un poco y resguardarse del frío de este puñetero mes de la cuesta.

    Antes tenía lo que necesitaba; un transporte, ropa de cama, suficiente comida, una tarea diaria... Era todo demasiado perfecto. Y claro, eso genera envidia, y la gente, toda la gente en general es muy buena, pero no con tipos como él; que se sentía la élite de su círculo. El éxito ajeno es difícil de digerir. Temprano o temprano, se paga por conseguirlo.

    Lo que nadie podía imaginar, es que su venganza estaba al acecho y, por sus calcetines desparejados que la llevaría a cabo. Los que le habían hecho esto lo iban a pagar con creces. Y luego lo celebraría tomándose alguna copa. Siempre había quien dejaba botellas con algo de líquido en la basura. ¡Ja, ja, ja que rico saborear el éxito de nuevo!

    No encontró ningún espacio caliente. Le gustaba el de los cajeros automáticos, pero esos sonados de las botas, ya habían maltratado a algunos de sus miserables amigos y tenía miedo. Los soportales, estaban muy cotizados y había que llegar a la hora justa, que no se sabía cuál era, pero había que estar al liquindoi. Los portales, ni pensar en ellos. Cuando la gente salía de la misa de la tarde y regresaba a sus casas, lo echaban a patadas si hacía falta.  Al final, junto a un water de la estación de autobuses pudo armar su residencia. 

    Mañana -se dijo-. Mañana encontraré esos desalmados ladrones que se llevaron mi carrito del Mercadona con el que transportaba mis mantas, latas y comida varia que recogía de los contenedores y se aplicaría, como cada día, a sobrevivir. No entendía como, en un mundo de miseria podían seguir existiendo tanta competencia, sinvergüenzas, desleales, traicioneros...

    Y saboreando un vino imaginario y oliendo a orín, se quedó dormido, no sin antes dar las buenas noches a esas voces que desde dentro de su cabeza le hablaban y le arruinaron una vida que ya ni recordaba haber tenido. Esa vida en la que no pudo conseguir ese tratamiento médico que le habría permitido vivir con algo más de dignidad.

    Buenas noches. Callaos ya, por favor.
                    
                                                                                 Luis Navajas



martes, 31 de enero de 2023

Doble bombo

     Recuerdo perfectamente - y de eso hace una pila de años-, el día que me ensañaron a tocar, a la batería, el ritmo de bossanova. No es un ritmo fácil, ni mucho menos. Los ritmos latinos suelen ser complicados. Me refiero a los ritmos de bossa-jazz, samba, bolero... los de otra categoría son tan pachangueros como aquí el: pum, chim, pum, chim, pum...

    Pues eso, que recuerdo cómo me lo enseñaron y cómo me lo explicaron. Perfectamente, paso a paso, golpe a golpe. Pausado para verlo y asimilarlo... Luego solo faltaba prácticarlo. Pero lo conseguí al poco tiempo. Ahora, cuando voy a conciertos, veo algunos baterías que hacen una especie de bossa, seguramente porque nadie les explicó cómo hacer la base, y luego, ya podrás hacer sucedáneos. 

    Por la misma época, otra persona -otro batería-, trató de enseñarme la samba. Otro ritmo que tal baila. Difícil de tocar. El caso es que, aún hoy, estoy intentando descifrar los golpes que aquel batería intentaba enseñarme, a una velocidad endiablada y con tantas florituras, redobles y aspavientos de brazos que me resultó imposible aprenderlo. Luego sí lo hice; esta vez de forma autodidacta. Y lo tocaba sin problemas. 

    La bossa y la samba, son ritmos que van a doble bombo (no con dos bombos, sino que se golpea el bombo dos veces en una cadencia determinada). Luego, el otro pie hace una cosa, la mano derecha otra y la izquierda; lo que puede o falta por hacer. Una locura. 

    La próxima vez que vea a un batería tocar, piense en eso. No le diga a su ligue de esa noche; que  ese  instrumento lo toca cualquiera, o que es el menos músico de la banda. Se equivocará. 

    Aunque hay dos cosas que quiero dejar claro: Una, que cuando vaya a enseñar algo. Lo que sea. Vaya  con la actitud de enseñante y no de la presumir ante su alumno (ante sus alumnos), para demostrar cuánto sabe y qué bien lo hace. No aprenderán nada y quedará como un gilipollas presumido. La otra, es que si cree que tocar la batería (otros instrumentos también), es fácil, póngase ahora mismo a hacer con sus manos, círculos a la altura del pecho en sentido de las manillas del reloj, con una mano, y con la otra en sentido contrario. Por supuesto, al mismo tiempo. Qué se creía.

    Lo de añadir el doble bombo y el otro pie, hablamos otro día.  

                                                                    Luis Navajas

LA MALETA

     La maleta apareció en el anden. Nadie la reclamó nunca. Ella perdió una que nadie le devolvió jamás. La valija sin ella no tenía sentido y ella sin su equipaje tampoco. 

    Hubiese querido coger, a toda prisa, lo que pudiera y depositarlo en aquel cofre de piel gastada que había heredado de un vecino que alguien dejó en la basura el día que se lo llevaron para el entierro.

     La maleta olía a cuero curtido, a pegamento de zapatero y a miseria. Sin duda había arrastrado mucha durante años por quién sabe dónde. 

    El caso es que ella la recogió, se santiguó al ver pasar el cortejo fúnebre y, para sí, dío las gracias al muerto por aquella vieja maleta que, suponía, le iba a salvar de la miserable vida que estaba viviendo. Así que la llenó de nada y la cerró. Tomó las casi ningunas monedas que había podido ahorrar de su comida en los últimos seis meses y se marchó. Al salir ni cerró la puerta. 

    Al llegar a la estación, allí estaba él. Buscándola. Estaba claro que no la iba a dejar ir, tal y como le había dicho tantas y noches en alternancia entre palizas y ramos de rosas. Esta iba a ser la última vez -repetía una y mil veces-, que le demostraría cuanto la quería, y que hacía lo que hacía, porque estaba locamente enamorado de ella. Y también lo estaría de los hijos que tendrían. Quisiera ella o no. 

    El pánico le hizo soltar ese bolso recién adoptado y echar a correr hacia la casa que acababa de abandonar. Luego se dispuso a esperar a que llegara y quizá la dejara en paz. Al menos unas horas. 

    Así ocurrió. Al llegar a la casa el hombre que le había robado la vida, la dignidad, la autoestima, la familia... No le dijo nada. Tampoco la tocó, a pesar de pasar junto a ella. Y así pasaron muchos días, y nunca más fue agredida, insultada, vejada o violada.

    Asistió al deterioro de ese hombre que, día tras día, seguía saliendo a buscar algo que ella no alcanzaba a imaginar. Hasta que dejó de hacerlo. Los años le dieron su merecido. Y ella asistió a todo ese decrépito proceso sin inmutarse. 

    Cuando los vecinos llamaron a los servicios sociales para que se llevaran el cadáver, que suponían por el olor, habría en la casa. Ella se decidió a salir a la calle y ser feliz. Sin embargo, comenzó a sentir un ahogo insoportable. El olor a cuero putrefacto la impregnaba y le faltaba el aire. 

    En ese instante fue consciente de que nunca saldría de esa maleta almacenada en un mugriento almacén de estación. 

                                                                Luis Navajas