jueves, 2 de febrero de 2023

LAS VOCES

    Se pasó la amargura por el forro de su único, roto y viejo pantalón. Un día se lo mandaron todo al garete y tuvo que buscar cartones de buena calidad para hacerse una cama allá donde pudiese instalarla. Caminaba por un mundo en el que las cosas son lo que parecen; Una mierda. 

    Estaba harto de una existencia llena de competencia, sinvergüenzas, deslealtades, traicioneros y otros cuantos adjetivos más. Lo había perdido todo. Aunque él no perdió nada; Se lo habían robado. Y cuando digo todo, es todo. Imagine, de la noche a la mañana quedarse sin nada, de lo que nada tenía, y seguir siendo un tieso. Ahora, su única preocupación era dónde instalar esa pila de cartones que arrastraba atados a una cuerda que alguien había reemplazado en su tendedero y dejado en la acera, para poder echarse un poco y resguardarse del frío de este puñetero mes de la cuesta.

    Antes tenía lo que necesitaba; un transporte, ropa de cama, suficiente comida, una tarea diaria... Era todo demasiado perfecto. Y claro, eso genera envidia, y la gente, toda la gente en general es muy buena, pero no con tipos como él; que se sentía la élite de su círculo. El éxito ajeno es difícil de digerir. Temprano o temprano, se paga por conseguirlo.

    Lo que nadie podía imaginar, es que su venganza estaba al acecho y, por sus calcetines desparejados que la llevaría a cabo. Los que le habían hecho esto lo iban a pagar con creces. Y luego lo celebraría tomándose alguna copa. Siempre había quien dejaba botellas con algo de líquido en la basura. ¡Ja, ja, ja que rico saborear el éxito de nuevo!

    No encontró ningún espacio caliente. Le gustaba el de los cajeros automáticos, pero esos sonados de las botas, ya habían maltratado a algunos de sus miserables amigos y tenía miedo. Los soportales, estaban muy cotizados y había que llegar a la hora justa, que no se sabía cuál era, pero había que estar al liquindoi. Los portales, ni pensar en ellos. Cuando la gente salía de la misa de la tarde y regresaba a sus casas, lo echaban a patadas si hacía falta.  Al final, junto a un water de la estación de autobuses pudo armar su residencia. 

    Mañana -se dijo-. Mañana encontraré esos desalmados ladrones que se llevaron mi carrito del Mercadona con el que transportaba mis mantas, latas y comida varia que recogía de los contenedores y se aplicaría, como cada día, a sobrevivir. No entendía como, en un mundo de miseria podían seguir existiendo tanta competencia, sinvergüenzas, desleales, traicioneros...

    Y saboreando un vino imaginario y oliendo a orín, se quedó dormido, no sin antes dar las buenas noches a esas voces que desde dentro de su cabeza le hablaban y le arruinaron una vida que ya ni recordaba haber tenido. Esa vida en la que no pudo conseguir ese tratamiento médico que le habría permitido vivir con algo más de dignidad.

    Buenas noches. Callaos ya, por favor.
                    
                                                                                 Luis Navajas



martes, 31 de enero de 2023

Doble bombo

     Recuerdo perfectamente - y de eso hace una pila de años-, el día que me ensañaron a tocar, a la batería, el ritmo de bossanova. No es un ritmo fácil, ni mucho menos. Los ritmos latinos suelen ser complicados. Me refiero a los ritmos de bossa-jazz, samba, bolero... los de otra categoría son tan pachangueros como aquí el: pum, chim, pum, chim, pum...

    Pues eso, que recuerdo cómo me lo enseñaron y cómo me lo explicaron. Perfectamente, paso a paso, golpe a golpe. Pausado para verlo y asimilarlo... Luego solo faltaba prácticarlo. Pero lo conseguí al poco tiempo. Ahora, cuando voy a conciertos, veo algunos baterías que hacen una especie de bossa, seguramente porque nadie les explicó cómo hacer la base, y luego, ya podrás hacer sucedáneos. 

    Por la misma época, otra persona -otro batería-, trató de enseñarme la samba. Otro ritmo que tal baila. Difícil de tocar. El caso es que, aún hoy, estoy intentando descifrar los golpes que aquel batería intentaba enseñarme, a una velocidad endiablada y con tantas florituras, redobles y aspavientos de brazos que me resultó imposible aprenderlo. Luego sí lo hice; esta vez de forma autodidacta. Y lo tocaba sin problemas. 

    La bossa y la samba, son ritmos que van a doble bombo (no con dos bombos, sino que se golpea el bombo dos veces en una cadencia determinada). Luego, el otro pie hace una cosa, la mano derecha otra y la izquierda; lo que puede o falta por hacer. Una locura. 

    La próxima vez que vea a un batería tocar, piense en eso. No le diga a su ligue de esa noche; que  ese  instrumento lo toca cualquiera, o que es el menos músico de la banda. Se equivocará. 

    Aunque hay dos cosas que quiero dejar claro: Una, que cuando vaya a enseñar algo. Lo que sea. Vaya  con la actitud de enseñante y no de la presumir ante su alumno (ante sus alumnos), para demostrar cuánto sabe y qué bien lo hace. No aprenderán nada y quedará como un gilipollas presumido. La otra, es que si cree que tocar la batería (otros instrumentos también), es fácil, póngase ahora mismo a hacer con sus manos, círculos a la altura del pecho en sentido de las manillas del reloj, con una mano, y con la otra en sentido contrario. Por supuesto, al mismo tiempo. Qué se creía.

    Lo de añadir el doble bombo y el otro pie, hablamos otro día.  

                                                                    Luis Navajas

LA MALETA

     La maleta apareció en el anden. Nadie la reclamó nunca. Ella perdió una que nadie le devolvió jamás. La valija sin ella no tenía sentido y ella sin su equipaje tampoco. 

    Hubiese querido coger, a toda prisa, lo que pudiera y depositarlo en aquel cofre de piel gastada que había heredado de un vecino que alguien dejó en la basura el día que se lo llevaron para el entierro.

     La maleta olía a cuero curtido, a pegamento de zapatero y a miseria. Sin duda había arrastrado mucha durante años por quién sabe dónde. 

    El caso es que ella la recogió, se santiguó al ver pasar el cortejo fúnebre y, para sí, dío las gracias al muerto por aquella vieja maleta que, suponía, le iba a salvar de la miserable vida que estaba viviendo. Así que la llenó de nada y la cerró. Tomó las casi ningunas monedas que había podido ahorrar de su comida en los últimos seis meses y se marchó. Al salir ni cerró la puerta. 

    Al llegar a la estación, allí estaba él. Buscándola. Estaba claro que no la iba a dejar ir, tal y como le había dicho tantas y noches en alternancia entre palizas y ramos de rosas. Esta iba a ser la última vez -repetía una y mil veces-, que le demostraría cuanto la quería, y que hacía lo que hacía, porque estaba locamente enamorado de ella. Y también lo estaría de los hijos que tendrían. Quisiera ella o no. 

    El pánico le hizo soltar ese bolso recién adoptado y echar a correr hacia la casa que acababa de abandonar. Luego se dispuso a esperar a que llegara y quizá la dejara en paz. Al menos unas horas. 

    Así ocurrió. Al llegar a la casa el hombre que le había robado la vida, la dignidad, la autoestima, la familia... No le dijo nada. Tampoco la tocó, a pesar de pasar junto a ella. Y así pasaron muchos días, y nunca más fue agredida, insultada, vejada o violada.

    Asistió al deterioro de ese hombre que, día tras día, seguía saliendo a buscar algo que ella no alcanzaba a imaginar. Hasta que dejó de hacerlo. Los años le dieron su merecido. Y ella asistió a todo ese decrépito proceso sin inmutarse. 

    Cuando los vecinos llamaron a los servicios sociales para que se llevaran el cadáver, que suponían por el olor, habría en la casa. Ella se decidió a salir a la calle y ser feliz. Sin embargo, comenzó a sentir un ahogo insoportable. El olor a cuero putrefacto la impregnaba y le faltaba el aire. 

    En ese instante fue consciente de que nunca saldría de esa maleta almacenada en un mugriento almacén de estación. 

                                                                Luis Navajas 

MARIONETAS

        A veces, el ordenador me coge y me pone a escribir. Normalmente no tengo ni idea de qué quiere que escriba. En ese caso, él me controla los dedos y va tecleando cosas que yo leo en la pantalla. 

      He de reconocer que me gusta esa sensación. Es cómodo. Vas viendo como tus dedos se mueven con cierta soltura y van apareciendo historias en la pantalla. Muchas veces se para y no me activa ni un dátil; Es como si esperase que yo continuara. Alguna vez lo he intentado, pero no llego a su nivel y rápidamente me dispongo a borrar lo que yo he escrito, pero... el comando de borrar no funciona. O no me hace caso, vete tù a saber. La cuestión es que, pasado un ratito -como si leyese lo que he redactado-, algunas cosas sí se borran, pero otras permanecen. Yo para joderlo un poco, insisto en borrar eso que sigue en la pantalla, pero nada; ahí queda. Es como si me dijese; Sigue tío, continúa por ese camino. Al final el resultado será una mierda como siempre, pero al menos lo habrás hecho tú. 

      Total que me convierto en el negro literario de mi ordenador. Yo escribo para que él se lleve el mérito. Hay que joderse.

       Lo más terrible de todo esto, es que me he dado cuenta que no controlo nada de nada. Probablemente tú tampoco lo hagas con nada de lo que crees dominar. 

       Cuando llega la noche es la cama la que me coge y me abraza con su frialdad para que la caliente. Por las mañanas, es la cafetera quien aparece en mis manos y me pide su ración de café. Las ventanas hacen ruidos extraños para que las abra y deje pasar el sol de la mañana o la tenue luz de un día nublado. La televisión también quiere controlarme, y a veces, lo consigue; Lo reconozco. Pero hay días en los que no puede conmigo y por mucho que me mire y amenace logro permanecer alejado de ella. Esos días me siento bien y es cuando dejo que algún libro o disco, me atrape y haga conmigo lo que le de la gana. 

      He llegado a la conclusión de que todos podemos ser un poco marionetas. Al menos eso me está haciendo escribir el puto ordenador. 

      Bueno, aquí lo dejo porque, aunque quería continuar con más reflexiones, por mucho que teclee no sale ni una nueva palabra. Y eso significa que  esta puñetera máquina considera que ya está bien, y que lo deje estar. 

        Con un poco de suerte me dejará firmar este escrito. Veremos. 

                                                                

                                                                            Luis Navajas


miércoles, 25 de enero de 2023

JUGAR EN LAS NUBES

 

Lo siento -o no-, pero no puedo llegar a tu felicidad. No me veo en esas lindes. Además, si llegara a ella, ya no sería tu felicidad; se convertiría en tu media felicidad. La otra mitad me la llevaría yo. Y, sinceramente, creo que no estarías por hacer esa cesión. Y tampoco yo me veo en ese nivel. Necesito algo más. Algo más consistente que pregonar que soy feliz o que todo está muy bien, que todo el mundo es muy bueno y que la bondad preside este puto mundo de injusticias, diferencias y de que cada uno arrime el ascua a su palito de merluza. Te regalo tu felicidad. Me bajo en la próxima parada y te dejo continuar. Ojalá tu mundo se imponga al mío. Lamento ser tan aguafiestas, pero no doy para más, ni para menos.

Me gusta lo empírico ante lo teórico. Soy de corresponder y me gusta me correspondan con hechos y no con sonrisas e indiferencia. Me gustan las normas que afecten a todos y que no sean discriminatorias para según qué parte. Me gusta que, si por cualquier circunstancia, fomento algo parecido a felicidad en alguien; se tome la molestia de hacer su parte respecto de mí. Ya sabes un toma y daca. Me gusta un quiero verte, un voy a verte y un ¿nos vemos? No me gusta contar la calderilla cuando vamos a pagar. Ni siquiera me gusta llevarla. Las parejas que se aman cuentan de todo, menos calderilla.

Me gusta la gente que está dispuesta a luchar y lanzarse a nuevas aventuras. Que no se conformen con las migajas que no da la vida. Que se levanten y miren con respeto y agradecimiento al Sol. Prefiero un amanecer y un atardecer a un sueño de vago y una televisión de lelos.

Vente a bailar conmigo a cualquier hora y en cualquier lugar. Lee junto a mí. Mírame sin que yo lo sepa, tal y como yo lo hago contigo. Reconoce mis defectos, tal y como yo hago con los tuyos. No eres lo más guapo, ni alta, ni rico, ni baja, ni delgado… Pero eres, para mí; la mejor. Solo te sobro yo.

Nunca entenderé que, pudiendo tener el cielo, te conformes con jugar en las nubes.                                                                                  

Luis Navajas

VOLAR

 

Siempre se levantaba al alba y buscaba las gotas de vida de su maltrecho grifo para que acariciasen su cara. Más tarde, como un ritual, en todo su cuerpo. Daba los buenos días a esa figura reflejada que cada día reconocía menos. Pero, al menos, le ofrecía una sonrisa, aunque él no correspondía, la figura insistía. Un par de veces, o miles, la mandó a la mierda. Ni caso, ella a lo suyo.

Elegía su vestimenta con cuidado, le gustaba ir conjuntado, o intentarlo al menos. Era presumido y no lo ocultaba. Solo lo limitaba la calidad de su armario. A veces, cuando ya estaba listo para no ir a ningún sitio; hablaba en voz alta. No es que se le estuviera yendo la pelota, es que lo consideraba un ejercicio necesario y terapéutico.

Luego cogía sus auriculares y se disponía a volar. Era un tipo interesante, no digo que listo ni inteligente, pero sí muy interesante. Tenía una especial habilidad para detectar temas musicales que no dejaban a nadie impasible. Alguna vez en una reunión un tanto aburridilla, había puesto su selección (tenía varias), y había cambiado la dinámica de esta. La gente empezó a moverse poco y mal, pero las conversaciones se hicieron más divertidas y las risas hicieron el resto.

Y él volaba sin ni siquiera agitar los brazos. Y, a veces, lloraba. Tenía la capacidad de emocionarse, limpiamente y sin ambages. Y pensaba en cómo podría explicar a la gente la maravillosa experiencia de escuchar música. No oirla; escucharla; . De reconocer los instrumentos que suenan, de apreciar los arreglos, y detectar a los que, estando en segundo plano, dan carácter a todo un tema musical. Los millones de matices que tienen las canciones que se han ganado el derecho a llamarse así.

Así pasaba los días; en soledad, peleándose con el espejo, arreglándose para no ir a ningún sitio, acariciando un piano que se resistía a darle todo lo que su cabeza demandaba.

Y volvía a sentarse para quitarse los zapatos y ponerse un chándal viejo, para seguir estando con su única compañía y meterse en una cama fría y cómoda, pensando en que mañana será distinto. Igual, ya ni le sonríe la figura del baño. O el grifo ha dejado de gotear.

 

                                                                                                              Luis Navajas

EL CAZADOR

  

Nunca te dije que soy un cazador de sueños. Algo tendrá que ver que tampoco me preguntes que a dónde voy tan pertrechado. Aún no he pillado a ninguno; son esquivos, pero yo sigo tras ellos.

Por las noches, que deben de estar más cansados, parece que  los voy a pillar, pero en cuanto llega la luz  se esfuman y me vuelvo a mí, sin haber pegado ni una pedrada. Cuando duermo ellos me cazan a mí, y depende de lo traviesos que sean, me aterrorizan, me enamoran, me echan a volar, me despistan o me llevan a mundos incomprensibles. Pero nunca nos reprochamos nada; Cada uno juega su estrategia. Me gusta cuando me traen a los que ya nos dejaron, pero eso es muy de tarde en tarde y bien tarde en la madrugada. Cuando eso ocurre, dejo de salir de caza y me quedo en casa por unos días. Me quedo rumiando la felicidad del no encuentro imposible.

Ahora ando tras un par de ellos, que me llevan burlando toda mi vida. Vivida y soñada. Son unos cabrones que no se merecen que los persiga, pero lo hago. Barrunto que si algún día los pillo, será demasiado tarde para darles un castigo. Así que los disfrutaré.

A veces sueño que escribo, y me veo las manos manchadas de lápiz o boli. Otras que compongo una melodía, y me tiro canturreando una tonadilla -que nunca oí-, todo el día. Otras, que te tengo a mi lado y rozo tu piel, pero me levanto solo y con frío.

Nunca te he dicho que soy un cazador de sueños, porque da un poco de pudor reconocer estas cosas, y el fracaso de no cazar nada. Si al menos preguntaras a dónde voy, quizá me quedaría contigo. Si seguimos así, me vuelvo a la caza y, seguramente me iré de casa.

 

Luis Navajas