Francisco Javier del Álamo y Gonzaga, a pesar de lo que su nombre te
pueda hacer pensar, era un chico de lo más normal, y su familia también. No
pertenecían a la aristocracia ni nada de eso. Sus padres -Sastra de confección
de caballeros; ella y Peluquero de señoras; él-, tenían una vida cómoda. Nada
de lujos, pero tampoco sufrían estrecheces; Por lo que se pudieron permitir
enviar a su hijo a un buen colegio -concertado, eso sí-.
Francisco Javier, que era un chico espabilado y nada culpable de tener
que acarrear un nombre tan pomposo, fue un buen (muy buen), estudiante. Y,
claro, llegó a forjarse una vida y un trabajo muy sólido. Llegó a ser un alto
cargo de una entidad pública.
Hasta aquí todo bien. Pero lo que fastidiaba a Francisco Javier, había
ocurrido muchos años atrás. Concretamente cuando su tío (el capullo de su tío
Venancio; como se decía para sus adentros), fue a visitarlo recién nacido y le
dijeron que se llamaría, como se llama. Y éste (su tío, el capullo), dijo.
¡Bien, ya tenemos otro Paquito en la familia! Este es el momento en el que
Francisco Javier, pasó a ser: Paquito. ¡Me cago en la puta! Mira que llamar al
tío Venancio, con lo bien que estaba en Suiza vendiendo mantelerías y toallas portuguesas.
Pues nada, tuvo que venir y bautizar al pobre Francisco Javier del Álamo y
Gonzaga, como Paquito.
Así que se pueden imaginar las tensiones que sufría el alto cargo de la
administración, cuando por la calle se cruzaba (rara vez, es cierto, ya que
usaba el vehículo oficial), con alguien de su pueblo: Adiós Paquito… Paquito
¿Cómo están tus padres?... Paquito, ya no te vemos por las fiestas… De ahí que
el coche oficial lo cogiera hasta para ir a mear. Pero, eso tampoco era
definitivo: su chófer era Eduardo, Edu para sus amigos del pueblo... sí, el
mismo que el de Paquito, y como había sacado la plaza de conductor en un
proceso legal; no lo podría ni despedir. Así que Paquito y Edu, se cruzaban las
miradas todos los días. Uno con sorna y el otro con un cabreo de mil pares de
cojones. Pero las cosas son así Paquito. Es lo que hay.
Además, no solo te ocurre a ti. Esto nos pasa a muchos y muchas
españoles y españolas que tenemos un nombre compuesto, un tío capullo, o ambas
cosas. Y no hay decisiones salomónicas que te hagan pasar del nombre pomposo al
diminutivo digno.
O al menos eso pensaba yo, hasta que hace unos días en una ciudad de
Castilla y León, mientras tomaba una cerveza, en uno de sus cien mil bares abarrotados,
no pude dejar de oír una historia que me pareció muy bonita.
Justo a mi lado, codo con codo prácticamente, había dos chicas y un
chico que hablaban sobre sus asuntos. Ellas, por su acento, de la zona. Él por
su acento, de otra zona más, mucho más, al Sur. Y además por su pregunta; algo
olvidadizo, puesto que se disculpó diciendo que no se acordaba bien de sus
nombres.
Leni, dijo una; y yo que, a falta de otro entretenimiento, me
dediqué a oírlos, pensé: Uy, si te llegan a añadir una N, al final; la liamos.
Mary Deli; dijo la otra; y ahí fue cuando pensé que el chico no era olvidadizo;
Es que los nombres eran raros de cojones. Pero justo ahí empezó lo interesante
de la historia (reconozco que moví mi silla y faltó poco para pedirles permiso
para sentarme a su mesa). Mary Deli, dijo que en realidad se llamaba María
Fidela. Y la historia es la siguiente: La madrina quería que ésta se llamara
únicamente María (precioso nombre, que no necesita explicación ni
justificación), pero la abuela, que por lo visto era una señora de armas tomar,
dijo que de eso nanai, la niña se tenía que llamar Fidela (también un precioso
nombre que merece se conozca su significado y su origen). Y la madrina que no,
y la abuela que sí; y vuelta a empezar con los nombres. Hasta que el padre de
la criatura tomó cartas en el asunto y sentenció que su hija se llamaría: María
Fidela, y de ahí a Mary Deli, solo había que dar un paso inteligente. Genial.
Ni Salomón, lo habría mejorado. Lo malo, al igual que en ocasiones le ocurría a
Paquito, es que en los listados oficiales no aparecía ninguna Mary Deli, y sí
una tal María Fidela que nadie conocía.
Por supuesto que me interesé del significado del nombre de Fidela: Digna
de confianza. De origen Latino. Pero la historia me resultó muy
bonita y contada por la propia Fidela, me pareció un lujo haberla podido oír.
También hubo una parte triste sobre una llamada telefónica que nunca pudo
recibir -por la confusión de nombre-, pero en ese momento la música sonó algo
más fuerte y no pude oír bien de qué se trataba. Pero sí pude ver la cara al
contarla y había algo de tristeza en sus ojos al recordar aquello que quizá
pudo dar un giro a su vida, pero de la que nunca se supo nada más. Cosas de la
vida.
Sí, había otra chica ¿recuerdan? Leni (que me daba la espalda). Pues
resulta que se llamaba realmente Magdalena. Pero que la llamaran Leni, tenía
menos intríngulis. Ya saben: Magdalena, Maleni… Leni. Fin del proceso y todos y
todas contentos.
Así que con esas historias oídas en una noche Castellana-Leonesa, me
dispuse a abandonar el local, no sin antes enterarme, de voz de la propia Leni
(que ahora sí le veía la cara), una historia sobre un primo que se enfadaba (o
algo así), porque lo llamaran Paquito. Y ella decía; pues hijo ¿qué quieres?,
tú eres Paquito, de siempre. Ea.
Y yo me preguntó: ¿Sería este Paquito, nuestro Excelentísimo e
Ilustrísimo Señor Don Francisco de Azuaga y Gonzaga? ¿Y si e lugar de un alto
cargo, hubiese sido un magnífico y famoso futbolista? ¿No estaría orgulloso de
llevar en su camiseta de la selección española, el nombre de: Paquito A. a su
espalda? Pues eso, que como te llamen no define lo que eres.
Así que ya saben, no se enfaden por que sus familiares, amigos,
compañeros… les llamen de una forma distinta a la que figura en su partida de
nacimiento. Seguro que, si indagan, se encontrarán con que le llaman así por:
comodidad, cariño, practicidad… O, en el peor de los casos; con que tienen a un
tío Venancio en la familia.
Se los dice uno que podría firmar este artículo como: Luis Francisco;
Luis; Nene; Tanti o Luis Francis.
Saludos.
Luis Navajas.
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