El desarrollo turístico de nuestra zona
tiene una deuda pendiente con los músicos. En la década de los 60, 70, 80…, no había un hotel, bar, club, etc., que no
tuviese su orquesta. Sobre todo en verano. Los músicos en aquella época, además
de eso, se convertían en una especie de relaciones públicas del
establecimiento, y con esa actitud hacían la estancia de nuestros visitantes un
poco más cálida. No en vano uno de los slogans de aquella época era: “Al
turismo, una sonrisa”, que tenía cierta seriedad. El otro que recuerdo decía: “Papá
ven en tren”, que teniendo en cuenta lo que había por nuestras vías, era una
tontería.
A pesar de la gran oferta de locales
de ocio existentes, el trabajo en el escenario nunca fue fácil. Se debía compaginar
con otros tablados más efímeros: Ferias, bodas, verbenas, bailes de tele-club…
Fuimos muchos los que empezamos a ganarnos unos duros haciendo aquello que nos
apasionaba: Hacer música. Y así nos pegamos muchos años.
Entre tanto vinieron varias crisis
y el consiguiente cierre de locales y reducciones de personal. Por supuesto la
orquesta era lo primero que se quitaban de en medio. Aunque los músicos también
tuvimos mucha responsabilidad en lo ocurrido. Empezaron a surgir los primeros
acompañamientos automáticos de bajos y baterías (adiós a estos instrumentistas).
No obstante, algunos vieron una oportunidad de deshacerse de compañeros de toda
la vida con la excusa de asegurarse el currelo. Desde luego era más fácil
trabajar uno o dos músicos, que cuatro o cinco, pero el fin nunca justifica los
medios. Pero no es de este tema el que quería reflexionar; De las humedades
hablamos otro día.
Las vacas flacas siempre pillan al
personal fuera de juego. Nadie ve venir el desastre hasta que lo tiene encima. Así
que los músicos hemos sufrido unas etapas de selección tremendas. No solo había
que actualizar constantemente el repertorio, los instrumentos y el vestuario;
también había que hacerlo con los ánimos y la formación. Todo en un contexto
muy difícil y duro. Un bolo podría suponer 4 ó 5 horas de música real, pero a
ello hay que añadirles el tiempo del transporte, el montaje de los instrumentos
y sonido, el de actuación propiamente, el del desmontaje y el del viaje de
vuelta. Así tenemos que, de esas pocas horas de trabajo ante el público, nos
vamos fáciles a las 12 -14 horas/día. Por supuesto, cobrando un puñado de
higos, una vez descontada la comisión y el transporte.
En estas circunstancias hemos
realizado nuestro currículum muchos de nosotros. Y dentro de esta historia
hubo quienes llegaron a darle tanto a la música, que se olvidaron de ellos. De
tanto medir el tiempo musical, se olvidaron del suyo vital.
Recientemente hemos tenido que
asistir a algunas situaciones muy desagradables. Gente que dio su vida por la música
se ha marchado en condiciones muy precarias. Lástima.
Les decía que el desarrollo turístico
de nuestra zona tiene una deuda pendiente con los músicos. Pero no la va a
pagar. Nadie se acuerda ya de nosotros. Seguramente en sus terrazas y salones
haya música anunciada como en directo. Pero nosotros sabemos que eso no es así.
Ya casi no hay directo, si acaso una voz y poco más. A veces, ni eso. Increíble.
Si queremos dejar de ponernos las
manos en la cabeza cada vez que una desgracia personal nos recuerde las tristes
situaciones que a algunos músicos les toca vivir, tendremos que ser nosotros -los
que por ahora quedamos-, los que
tengamos que mitigar el sufrimiento de esos compañeros que, a pesar de ser unos
grandísimos músicos, no pudieron o supieron medir el tiempo.
No hablo de caridad, ni de limosna,
sino de compañía, afecto, amistad, ayuda en la búsqueda de recursos, etc. En
definitiva, de poner en funcionamiento aquello que, en su día, se intentó iniciar
con el apoyo y trabajo de nuestros recordados Miguel Alberca y Didi.
Venga, pongámonos en marcha: tac,
tac, tac, tac…