Últimamente le estamos dando la
vara al mocerío por usar palabras importadas en sus relaciones diarias. Enmendándoles
la plana. Pregonando que no se dice fake news, sino noticias falsas. Que no
usen: check-in, ni check-out, que hay que decir registro-facturación de entrada
o salida. Que un followers, no es nada, un seguidor, sí. Etc. Y así hasta el
moño tienen que estar de nosotros nuestra juventud.
Pero que estén hartos tampoco
significa que los carcas no tengan razón. El castellano es una lengua muy rica
y tiene palabras para todo; no hay que emplear anglicismos, ni leche frita.
Aquí las cosas como siempre han sido; o como dice Kike San Francisco en uno de
sus monólogos -que argumenta que el tenis es un deporte de pijos con tanto
nombre inglés-, que si match ball, o match poin, que si out, que si Masters...
Igualito que en el fútbol, que las cosas se llaman como debe ser: corner, off
side (orsay, decíamos los chiquillos), penalty…
Llevamos una pila de años usando
palabras que no tenemos ni puta idea de que no son de nuestro idioma, y
criticamos a estas generaciones por hacer lo que nosotros ya hacemos. Esto nos
hace diferentes, aunque seguramente no sea diferencia; quizá ignorancia e
intolerancia. Y luego, pasa lo que pasa cuando vamos de viaje más arriba de los
Pirineos: Nos jiñamos por la pata abajo cuando tenemos que leer las
indicaciones o pedir el papeo en un bar. Lo del platé de patatés frités, nunca
funcionó.
Si en lugar de ser tan criticones
nos preocupáramos de conocer el origen y significado de esas palabras que se
adoptan (lo ideal también sería hacerlo con las nuestras de raíz latina, como
viene defendiendo desde hace muchos años, mi amigo D. José. Catedrático de
Latín y un coñazo cuando te habla de estas cosas, pero con más razón que un
Santo), andaríamos más tranquilos por esos mundos de dios. Nos moveríamos con
más soltura que lo hacía Alfredo Landa, cuando llegó a Alemania.
En lugar de reprocharles esta
moda, preguntémosle qué significa y aprendamos algo de camino.
Si no, nos puede ocurrir lo que a
aquellos dos amigos que, en su día, se fueron a ver la Expo-92. Una vez que
compraron las entradas y se disponían a pasar al recinto de La Cartuja, uno de
ellos contorsionó su cuerpo, puso los ojos en blanco, la boca doblada, mirada
perdida… Y el otro le dijo: Pepe, pero ¿qué haces? y éste le contestó: ¿Joé, no pone ahí entrada,
entrace?