Sí, les voy a contar algo de la
película que comparte título con este artículo. O historia. O lo que sea que
salga al final. Evidentemente, no les voy a desvelar la peli. Eso ya no se
hace. En mi época de mozo sí se hacía, y así te ahorrabas unas pelillas que casi
nunca tenías. Los chaveas de la época nos contábamos las pelis con tal precisión,
que no tenías que ir a verlas, y si por casualidad te gastabas unas perrillas
en el cine para visionarla, era como verla dos veces.
Recuerdo perfectamente el día que me contaron “La
noche de los muertos vivientes”, pasé un miedo que aún me dura; y eso que no la
he visto nunca. Pero eso ya no ocurre así, por muchas razones; entre ellas que
el cine es caro y hemos perdido la costumbre de contarlas. Y si alguna vez
haces un atisbo de contar algo sobre ella; te dicen: No, no me la cuentes que
voy a ir a verla. Y luego no van. En fin.
Ya he desvelado algunas veces que
también me crie en los vestíbulos de los cines (Duque, en el Molinillo;
Capitol, en calle Mármoles; el Plus Ultra, en el llano de la Trinidad; y el
Tívoli, que era solo de verano, por la zona de la Cruz del Humilladero). Así
que imaginen la cantidad de películas que he visto en mis años de niñez.
Las películas, como todo arte,
siempre te dicen algo. Algunas, hasta que has perdido el tiempo viéndolas. Pero
sea como fuere, cuando has terminado de ver una, no eres la misma persona. Una
escena, una frase, una cara, un decorado, una música… te puede llamar la
atención en un momento determinado, y pasa a formar parte de ti.
Como me diría un amigo: Hacer
crítica de cine tampoco es lo tuyo. Y no la hago, simplemente me gusta contar
cosas y la que ayer me ocurrió la quiero compartir con ustedes.
De la cantidad de cine que he
visto, y sin contar aquellas que no han merecido la pena ver, ha habido muchas
que me han gustado. Otras que me han gustado mucho, y pocas, muy pocas que me
han marcado como persona. No se trata de hacer ahora una relación de éstas
últimas, pero sí quiero mencionar a cuatro de ellas: Bienvenido Míster Marshall;
La Vaquilla; Los Lunes al Sol y Campeones.
Y de ésta última es la que quiero
hablar. Lo primero que les recomiendo es que no se la pierdan. No renuncien a
salir del cine siendo mejor persona. No declinen esa invitación que este arte
nos ofrece muy de vez en cuando. Pasarán un buen (y mal), rato si logran
liberarse de los prejuicios que puedan tener. Vean a esos actores. A esas
personas de carne y hueso, y métanse en su papel. Lo agradecerán. Sin duda, van
a salir cambiados en muchos aspectos de sus vidas. Sabrán lo que vale, el
esfuerzo, la amistad, las ilusiones…
Véanse cara a cara con sus
fantasmas, con lo que usted considera un fracaso, con los mensajes que esta
sociedad te empuja a conseguir con la falsa promesa de que, si no lo consiguen,
serán infelices, con su concepto de persona que no tiene ninguna discapacidad.
Les aseguro que se plantearán
muchas cosas cuando salga de la sala. Disfruten con unos decorados, unos
extras, unos actores, unos diálogos… En definitiva con unas situaciones que
reconocerá al instante; porque forman parte de lo que usted es. Si no vive
usted en Marte, o en los mundos de Yupi, todo le resultará familiar en esa
película. Divertida y dura a partes iguales. Además, es una obra que te permite
reírte (y llorar), sin cargo de conciencia. Porque, al final descubrirá que, se
ríe y llora, no por esos actores; por esas personas. Llorará y se reirá de
usted mismo.
No se puede salir con el corazón
entero cuando ves que alguien especial -a través de la pantalla-, te mira a la
cara dice: “Entiendo que no te guste tener un hijo como yo; pero a mí sí me
gustaría tener un padre como tú”.
Háganse un favor; vayan a verla.
Por su bien.